La Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo definió con la palabra “cinismo” la declaración indagatoria que prestó el genocida de la ESMA Adolfo Donda Tigel en el juicio por la apropiación de Victoria Donda Pérez, su sobrina, nacida en ese centro clandestino de detención y criada por otro represor de la patota de la Armada como hija propia con una identidad falsa. Y es precisa, porque este lunes, y durante dos horas, el único acusado en el debate, que purga dos condenas a prisión perpetua por su responsabilidad en secuestros, torturas y asesinatos, dijo no saber del nacimiento ni de la apropiación de su sobrina ni que su cuñada había pasado por el infierno de Avenida del Libertador al 8100.
La declaración de Donda Tigel fue presencial. De hecho, la audiencia demoró su inicio para aguardar la llegada del acusado desde la cárcel de Ezeiza, donde cumple dos condenas a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA durante la última dictadura cívico militar eclesiástico. Una vez que llegó a la sala SUM de los tribunales de Comodoro Py, se sentó frente al Tribunal Oral Federal 6 de la Ciudad de Buenos Aires y comenzó a dar su versión de los hechos pero, primero, se victimizó en relación al proceso de Justicia que lo mantuvo en prisión durante casi 20 años y que continúa.
Negador
Lo primero que hizo Donda, que fue oficial de la Armada retirado hasta agosto de este año, cuando el Ministerio de Defensa ordenó su exoneración –más de una década después de su primera condena– fue negar haber estado en la ESMA durante las fechas en juego en el debate: su hermano menor, José María Donda, y su esposa, María Hilda Pérez, militantes de Montoneros en la zona Oeste del Gran Buenos Aires, habían sido secuestrados entre marzo y mayo de aquel año y ella trasladada al centro clandestino de la Armada en donde parió a Victoria, algún día de principios de agosto.
El represor indicó que durante 1976 había sido destinado a la Escuela de Aplicación de Oficiales de la Armada, en Puerto Belgrano, que durante 1977 ocupó varios puestos de jefatura en Arsenal Naval de Zárate y que en febrero de 1978 fue “destinado a la Escuela de Mecánica”. Dijo también que en octubre de ese año le fue comunicado que “me iba a quedar al año siguiente y que iba a reemplazar al teniente (Jorge) Perrén como jefe de Operaciones”.
Su exposición se basó en su recorrido formal por las diversas instituciones de la fuerza que integró. Lo que no quita que hubiera movimientos que no quedaron registrados en legajos. Porque si bien su desembarco formal sucedió en 1978 –además de jefe de Operaciones, fue también de Inteligencia–, fue visto en el centro clandestino que funcionó en el Casino de Oficiales de la ESMA en varias oportunidades y participó de operativos de secuestros efectuados por el Grupo de Tareas 3.3.2, según testificaron sobrevivientes.
Roña
En tono sereno, Donda dijo que entonces habló con sus “superiores” –no dio nombres– sobre el “problema” que significaba para él el hecho de que su hermano y su cuñada eran militantes. Consultado por una de las juezas del tribunal, más adelante, diría que la primera vez que había comentado el asunto a la Armada había sido en 1972, e insistió en que eso le significaba un “problema” porque él “quería ser digno de confianza”.
Mencionó que su hermano y su cuñada estaban “clandestinos” desde 1976 y que, por una carta que le envió a la madre de ambos supieron que en el ‘77 María Hilda había sido detenida. Según su declaración, que por ser el acusado del debate no está obligada a ser verídica, él intentó saber qué había ocurrido con José María y su esposa.
Luego se dedicó a ensuciar a Sara Solarz de Osatinsky y a Ana María Martí, dos sobrevivientes de la ESMA cuyos testimonios fueron pilares para la reconstrucción de los crímenes de ese centro clandestino, entre ellos los nacimientos clandestinos de bebés que luego fueron apropiados, y también para la repartija de responsabilidades. “Quica” Osatinsky, de hecho, presenció el parto de María Hilda y declaró que Donda andaba por el centro clandestino curioso de saber el sexo del bebé.
En su indagatoria, el genocida acusó a las sobrevivientes de ser “colaboradoras de la Armada en lo que era la lucha contra las organizaciones terroristas” y, después, de iniciar una “campaña de persecución” en su contra. Aseguró que las mujeres estaban en libertad, que “la Armada les pagó un pasaje al exterior”. Declaró que tuvo una reunión con cada una dentro de la ESMA, pero que ninguna pudo “aportar nada con respecto a lo que estaba sucediendo en ese momento” con su hermano y su cuñada.
Se autodefinió como un “miembro del esquema de las fuerzas armadas que estaba cumpliendo órdenes”, dijo, y más tarde recalcó que “no puede haber ningún miembro de la Armada que pueda decir que no estaba afectado a la lucha contra la subversión”. Se quedó con la versión de “dos integrantes de la Fuerza Aérea” y que le dijeron que “posiblemente ya estén muertos”. No dio nombres. Cuando el presidente del Tribunal, Ricardo Basilico, le preguntó por qué no había insistido en obtener más información al respecto, Donda le respondió que “en ese momento era muy difícil hacer una pregunta de ese tipo ante el secreto que existía sobre detenidos”.
–¿Difícil para usted?– quiso saber el juez
–Difícil para todos– respondió el represor.
Dolor
Luego de ensuciar, el genocida se dedicó a meter el dedo en la llaga. Culminó su exposición con un mensaje a Victoria Donda: “Quiero poner fin a este tema y por intermedio de ustedes que se sepa realmente la verdad. Quiero que mi sobrina sepa que de ninguna manera fue rechazada o regalada, o como lo quieran calificar”, sostuvo. En ningún momento utilizó la palabra “apropiación”.
Mencionó que se enteró de la existencia de Victoria en 2004, cuando Abuelas de Plaza de Mayo le restituyó su identidad, y que quiso dejar muestras de sangre en el Banco Nacional de Datos Genéticos, pero que no se lo permitieron. Y que quiso comunicarse con ella, otra mentira más. En realidad, en una oportunidad Victoria intentó enfrentar a su tío. Fue cuando coincidió la filmación de un documental sobre su vida con el lugar en donde el represor cumplía prisión preventiva: él se negó diciendo que su hermano no la había reconocido.
Negó saber que en el centro clandestino que recorrió personalmente en tiempos de capuchas, torturas y traslados, sucedían también nacimientos. “Todos lo sabían menos yo”, dijo. Hilda parió a Victoria en la ESMA con la asistencia del partero genocida Jorge Magnacco. Héctor Febrés, otro genocida, le entregó un moisés a la mamá y le ordenó que escribiera una carta para entregar a su familia junto a la niña, cosa que nunca ocurrió. La beba que parió Hilda fue entregada a José Antonio Azic, un genocida más, y a su esposa, quienes la inscribieron en el Registro Civil como hija propia con un certificado falso firmado por Horacio Pessino. Durante su indagatoria, Donda dijo que para aquel tiempo, no conocía a ninguno y que cuando supo que Azic se había quedado con su sobrina, ambos detenidos, lo llamó por teléfono. “Pero cómo, ¿usted no sabía que era sobrina mía?”, dijo que le preguntó, y que Azic le dijo que no sabía. Emanuel Lovelli, abogado junto a Carolina Villella de la querella de Abuelas de Plaza de Mayo en el juicio, quiso saber si la conversación entre ambos terminó ahí.
–¿No le pidió más explicaciones?
–Azic se había pegado un tiro en la cabeza, estaba en un hospital– respondió.