La situación argentina demanda a gritos un acto instituyente. Entiendo por acto instituyente una composición de fuerzas que logre articular las protestas y el malestar general que circula desde abajo en lo social, con una fuerza política que logré traducir el disenso que va creciendo en una forma política. Debe ser instituyente, porque esa articulación, si llegara a ser posible, no puede proceder de lo instituido políticamente hasta ahora. No será suficiente con una alianza de las fuerzas políticas anteriores, y sus estructuras conocidas; el acto instituyente demanda lo nuevo.
Esa es precisamente su capacidad para organizar una nueva realidad. Después de la catástrofe ultraderechista, con su correlato de dolor y castigo para los sectores populares y una radical puesta en tela de juicio del orden democrático, ya no se trata de sostener la gobernabilidad de un proyecto que pretende funcionar como un estado de excepción. Por el contrario, se trata de generar las condiciones para que el país vuelva a ser gobernable.
Ninguna rebelión popular, si llegara a darse el caso, podría por si misma derrocar a un gobierno. Incluso si permanece en la revuelta puede dar lugar a una situación aún más peligrosa que la actual. Y a mucho dolor conocido. La barbarie carece de límites y jamás el exceso de dolor trajo aparejado cambio alguno.
Por ello, mientras se producen los descontentos en las calles, los dirigentes que no han renunciado a la transformación de lo político y lo social y que siguen siendo leales a los legados de amor e igualdad para el pueblo, deben deponer sus apegos narcisistas y potenciar sus alianzas en aras de un salto instituyente. Esto implica que esos dirigentes se sepan situar más allá de sus entornos inmediatos e ingresen a una lógica diferente con respecto a los nuevos pactos.
El plan de la ultraderecha ha sido intentar lo que Gramsci designaba con el término Revolución pasiva. Se trata de un tipo de revolución reaccionaria donde aquellos que tendrían que haber combatido en contra de ese plan se han incorporado a sus filas. Si bien hay signos de que esto se comienza a resquebrajar, ahora tiene que emerger un nuevo Consejo instituyente sin jerarquías establecidas a priori, que determine un nuevo rumbo y que pueda reorganizar institucionalmente el inevitable desorden que se seguirá produciendo.
Lógicamente ese Consejo debe estar constituido por dirigentes del ámbito político, social, sindical y cultural que hayan sido siempre responsables con la representación política y ética de sus bases.
A veces lo más grande crece en medio de las urgencias.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/703276-un-acto-instituyente