Para este lunes, ante todo y como suelen decir cristianos como Adolfo Pérez Esquivel y como decía mi madre: Paz y Bien.
Y lo digo convencido de que es necesario detener la máquina del mal. Ésa que pugna por apoderarse del alma de mucha gente que está siendo abusada en su pobre inocencia, y conducida en desplazamiento ignorante y necio hacia un desfiladero peligrosísimo.
Justo esta semana restablecí un afectuoso lazo con una persona que quise y respeté mucho y con la que estábamos distanciados inexplicablemente. Vocablo este último que alude a que, hace años y sin controversia ni enojo, sin discusión ni ofensa, simple y precavidamente tomamos distancia el uno del otro porque era obvio que estábamos en antípodas ideológicas.
Quise ahora saldar esa diferencia y le escribí fraternal y amorosamente un email, sin aludir a lo que es obvio que nos distancia. La respuesta fue inmediata, cálida y reparatoria de los años de distanciamiento. El afecto sabe y debe estar siempre por encima de todo. Sólo los necios, los cretinos y los demasiado zonzos no lo ven. Como sí ven los malignos, o sea los políticos venales, empresarios corruptos, ricos desalmados y miserables de toda laya que saben cómo y cuándo y cuánto defecar sobre los afectos populares.
He contado lo anterior porque en vísperas de la superpromocionada marcha de este lunes en Buenos Aires, sería bueno y sano -–y un tributo a la paz–- que la inmensa mayoría de las argentinas y argentinos solidarios, decentes y pacíficos tendieran puentes por encima de los perversos, los zonzos y los necios que toda sociedad tiene y que por suerte aquí son amplia minoría. Y además para nada son representativos, porque, digámoslo, pertenecen a un sector también minoritario de la burguesía concentrada en la ciudad menos solidaria y nacional de la República Argentina.
También por eso es ciertamente tan difícil para nuestro presidente soportar tanto ataque artero de los malditos mentimedios, y encima teniendo a su lado -–esta columna puede decirlo; él no–- a dos tipos radicalmente opuestos (aunque ninguno pertenece al radicalismo): Axel luchando por democratizar y pacificar la provincia más chúcara del país, siempre bajo fuego nutrido; y Larreta jugando hipócritamente a dos puntas porque se hace el preocupado, pero mientras avala todos los negocios inmobiliarios que destruyen a esa hermosa ciudad y sigue sin hacerse cargo de que el coronavirus tiene en su distrito la concentración más escandalosa del país porque su gobierno no ha dado agua ni luz, ni servicios sanitarios a cientos de miles de personas.
Hoy -–que cuando se escriben estas líneas es mañana–- hay que mantenerse serenos porque no van a ser muchos. Y sobre todo bien harían los medios amigos, la tele y las radios compañeras, si no les dan bola, no los filman y los ignoran ostensiblemente para que quede claro que los únicos que los miran son quienes los mandan a la calle: los empresarios miserables que se siguen adueñando de la Argentina con una violencia social ya inaudita, y los gorilas de siempre que desde 1955 funcionan como idiotas útiles del empresariado más feroz de Latinoamérica.
Es necesario recordar que son pocos –muy pocos– los que malditamente siempre rompen toda posibilidad de armonía y convivencia democrática. Esa que tanta sangre y dolor costó a varias generaciones, y que desde 1983 venimos reconstruyendo entre todos y todas.
Son poquísimos los que aúllan y agitan banderas -–ese sinsentido en sus sucias y violentas manos– y esta columna insiste en que tenemos el deber de ignorarlos. En las últimas marchas que hicieron no juntaron ni veinte mil personas sumando todas. Y venían, como vendrán hoy, desde los barrios más colonizados y reaccionarios. Y encima agitarán discursos antinacionales y provocarán violencia, ante la cual nuestro pueblo tendrá el deber de estar muy sereno porque la paz es nuestra consigna.
El discurso de odio de este domingo en la influyente columna del Sr. Morales Solá en La Nación fue luminoso. Desde ya que es la versión dizque elegante y paqueta de lo que otros comentaristas dicen de manera bestial en Clarín y en Infobae. Pero no hay diferencias en el odio, que además ha corrompido a fuerza de salarios siderales a periodistas otrora respetables.
Hay que identificar muy bien todo ese ensamble, porque el de esa gente no es solamente odio de clase; es un odio obsesionado que estriba en el miedo a las diferencias, y en el enojo que enferma y no en el que repara.
Un odio que desde lo semántico se orienta a exacerbar ánimos para desatar la violencia más cobarde, que siempre es la incitada por expectadores cobardes e ignorantes.
Bien haría nuestro gobierno en tomar nota de que esta es la marcha de la Coalición de los Irresponsables, y a ver si así amengua la tonta tolerancia mediática y la inacción comunicacional. Que hoy por hoy está en manos de nosotros, las y los periodistas, y no sólo los muchos de PáginaI12 que estamos meta decir lo que no dicen -–o dicen poco y mal–- los medios oficiales.
El Presidente bien haría en recordar que fue y es esa hegemonía mediática la que pervirtió y arruinó todo en la Argentina, desde Mitre y Roca hasta Macri, sistemática e irrefrenablemente.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/285536-por-la-paz-que-es-consigna-nuestra