“Estuve con Rosa cuando ella volvió por primera vez a Napalpí y la acompañamos a recorrer los sitios donde se demarcaban las fosas comunes de la masacre. A Melitona no la conocí porque falleció en 2008”, explica Alejandro Covello. Aviador, cronista e investigador, Covello se refiere a Rosa Grilo y a Melitona Enrique, sobrevivientes de la matanza de 1924 donde fueron asesinadas más de 400 personas de comunidades qom y moqoit que habitaban en la Reducción Napalpí, a 140 kilómetros de la ciudad de Resistencia, Chaco. Esa matanza, ejecutada en apenas tres horas durante la mañana del 19 de julio de ese año, fue perpetrada por fuerzas policiales, gendarmes y civiles armados, con apoyo logístico aéreo: el primer biplano donado por el Ejército al Aeroclub de Chaco concretaba allí un criminal bautismo de fuego.
Ese extracto de crueldad enmarcado en el genocidio indígena en la Argentina, hoy es puesto en evidencia en un histórico Juicio por la Verdad caratulado “Masacre de Napalpí”, desde el Juzgado Federal Nº1 de Resistencia. El proceso lleva ya cuatro audiencias. Dos concretadas en la Casa de las Culturas de esa ciudad. Y se trasladó a Machagai el 3 de mayo para que familiares y sobrevivientes de la masacre que residen en la zona rural puedan dar testimonio de aquellos hechos. En tanto, el 10 y 12 de mayo, las audiencias se realizarán en el centro cultural Haroldo Conti donde participarán investigadores criollos residentes de CABA.
Covello declarará el 10 de mayo, en la quinta audiencia, a propósito de la investigación que relata en su libro Batallas aéreas. Aviación, política y violencia. Argentina 1910-1955 (Ciccus, 2019). El texto registra con rigurosidad documental, sucesos históricos que contaron con logística aérea para su cometido violento contra poblaciones civiles desarmadas. La línea de tiempo ya fue referida por la querella y fiscalía en este juicio y señala tres instancias apocalípticas: la del aeroplano utilizado sobre los campamentos de los trabajadores qom y moqoit en la reducción chaqueña en 1924, los bombardeos a Plaza de Mayo en 1955, y su secuela genocida en los “vuelos de la muerte” cuando se arrojaban civiles al mar durante la dictadura de 1976 a 1983.
Sobre lo ocurrido en Napalpí, en este juicio, ya son varias las voces que refieren “al avión que tiraba caramelos” –tal el relato de Rosa Grilo–, para que los chicos “salieran a buscarlos y a saludar al avión”, añade Covello. Así se podía identificar dónde estaba la población civil. Y entonces disparar a mansalva. “Para quienes lograron escapar al monte, la persecución se extendió por tres meses”, detalla el investigador.
Las muertes eran tantas “que los cuervos dejaron de volar por semanas, porque seguían comiendo cadáveres”, dice el investigador retomando el testimonio de Melitona. La anciana, quien falleció en 2008 a los 108 años, había logrado decir su verdad en el registro audiovisual que hoy es parte fundante del juicio promovido por el Ministerio Público Fiscal desde la Unidad de Derechos Humanos integrada por los fiscales Diego Vigay y Federico Carniel.
Melitona tenía 23 años al momento de la masacre. Pudo escapar al monte y huyó durante dos días. Pero antes pudo ver bien al avión que ayudaba a los agresores. “Hubo un cuervo blanco que arrojó fuego”, dijo en su lengua. Y afirmó: “Esos hombres de gafas negras reían desde arriba del aparato que volaba”, tal como reproduce Covello en su texto y se escuchó en la audiencia. Luego se comprobaría que era el Curtiss Jenny 4, bautizado “Chaco 2”. El que además de caramelos también arrojó bombas incendiarias y desde el cual el copiloto, luego, ametrallaba a la comunidad con su Winchester.
En diálogo con Página/12 Covello repasa la investigación que lo llevó a conocer los determinantes socio políticos de esta masacre. Y cómo pudo identificar “el uso del artefacto avión” para cometer estos crímenes, en la Argentina como en tantos otros lugares del mundo a los que la modernidad capitalista hacía su arribo inhumano montada en ellos.
“En 2014 me decidí a escribir sobre el 16 de junio del 55, hecho tremendo omitido y eludido por la historia oficial. Ante ese despliegue represivo recuerdo haberme preguntado: ¿cómo llegamos hasta acá? Y me encuentro con que la aviación ya había formado parte de circunstancias de violencia política –precisa–, en 1920 cuando la Liga Patriótica Argentina lo utiliza, según anécdotas que recojo, para llevar personalidades públicas a la Patagonia”. Es que “ese grupo paramilitar de la derecha nacionalista responsable de la Semana Trágica –define– tenía una brigada de aviadores”.
Esto motivó una búsqueda que, a través de Internet, lo pondría frente al emblemático mural de Napalpí donde las comunidades qom y moqoit testimoniaron lo ocurrido: un aeroplano arroja bolsas sobre un grupo de indígenas mientras éstos son asesinados. “Y ese es el debut del artefacto avión en acciones de violencia”, señala Covello. Así explica el inicio del trabajo que lo llevaría en 2019 a Napalpí, donde pudo contemplar el histórico mural y presenciar, junto al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), el momento en el que Rosa Grilo vuelve al lugar de la masacre.
— ¿Cuál es la historia de ese avión que usted logra reconstruir?
— El avión es un biplano con asientos en tándem, piloto y copiloto, como el mural, y había sido destinado al Chaco que era territorio nacional, en 1923, por el Ejército. El gobernador (Fernando) Centeno lo pide para esta masacre con dos objetivos: identificar las tolderías porque a todos les da curiosidad ver un avión, más en esa época, y salían a mirar. Para eso arrojan caramelos. Eso recuerda Rosa, y cuenta que cuando van a agarrar los caramelos comienza a escuchar explosiones. Son las bombas incendiarias.
— ¿Se sabe quiénes lo manejaban?
— Estaba conducido por un piloto del Ejército, Emilio Esquivel, y un civil como copiloto que ofició de artillero. Hay una foto en el Instituto Iberoamericano de Berlín que testimonia la presencia del biplano rodeado de hacendados armados con fusiles. La tomó el antropólogo alemán Lehmann Nitsche y en su epígrafe sostiene: “Avión contra levantamiento indígena, 1924”.
— ¿Cuál es la relación del antropólogo con la masacre?
— Nitsche estuvo por treinta años en Argentina como docente y haciendo investigaciones de campo. Tomó registros fotográficos, colaboró con el naturalista Francisco Moreno. Y en la tarde del 19 de julio estuvo en Napalpí. No le permitieron ingresar a la reducción. Pero tomó fotos y su bitácora cuenta sobre hombres armados: civiles, gendarmes, policías y ejército “que llegaban triunfantes de alguna batalla”, escribió. También cuenta sobre el uso del avión antes del despliegue de los artilleros. Y menciona la cantidad de muertes indígenas, muchos heridos que fueron quemados vivos.
— ¿Se habla de una huelga en esa bitácora?
— Eso pude reconstruirlo por otras fuentes. Si bien no estaban agremiados y no se puede hablar de huelga en ese sentido, hubo un reclamo al gobernador por las condiciones de esclavitud: les sacaban las tierras, los mantenían en la reducción para trabajar en el algodón, no los dejaban irse y les habían puesto un impuesto por el 15% del jornal. Así comienza el reclamo. Pero el reclamo se empieza a comunicar en los pueblos como simples hechos delictivos para caldear los ánimos. Y se produce la matanza como escarmiento.
— ¿Cómo juega el contexto internacional en este episodio?
— Es clave. En la década de 1920 entra en crisis la industria algodonera en Estados Unidos por la plaga del picudo y el Chaco se convierte en la tierra del “oro blanco”. El presidente (Marcelo) Torcuato de Alvear se pone a disposición del capital internacional para fortalecer el cultivo. Y no es casual que el copiloto de ese avión fuera estadounidense: Juan Browis que iba de voluntario. Se dice que fue suya la idea de utilizar el avión para conocer la ubicación de las tolderías.
— ¿Cómo logró dar con el registro del copiloto?
— Por su matrícula en ese Aeroclub, en 1923. Y ese fue el primer uso violento de un avión con armamento de guerra en la Argentina. Se contaba con rezagos de la Primera Guerra Mundial, como las bombas incendiarias que podrían haberse utilizado ahí. Ese es el “cuervo blanco” que arrojaba fuego, que recuerda Melitona y que replica el mural. A partir de ahí me contacto con la comunidad y con Juan Chico, el historiador que relevó una gran cantidad de testimonios que hoy son parte del juicio.
— Su libro refiere a otros usos violentos del avión en nuestro país y en el mundo. ¿Cómo establece esa relación?
— En Napalpí encuentro el origen, la procedencia de la práctica que se repite en el 55 y en los vuelos de la muerte. Hay gente que participó en ambos episodios. Pero está Guernica, que abre las puertas del horror al bombardeo nazi sobre Londres y otras poblaciones. Y está Hiroshima, y también Nagasaki. No son importantes objetivos militares, sino civiles. Esa es la relación.
— En el caso argentino, además, son tragedias ocultadas por la historia oficial…
— Claro. Sobre el 55 es el gobierno de Néstor Kirchner el que le da entidad histórica. Con un resarcimiento para las 308 víctimas identificadas con nombre y apellido, aunque hay muchas más, y por primera vez el Estado elabora un documento sobre ese bombardeo. Antes de eso, solo Héctor Cámpora lo trae a la luz en el discurso de asunción.
— ¿Cuál es su expectativa sobre el juicio donde dará testimonio?
— Es un honor poder testimoniar en este juicio. Por lo que pueden aportar mis investigaciones. Y porque hay relaciones personales que me marcan en la historia que relato en el libro: mi abuelo estuvo en Plaza de Mayo en el 55 y me contaba que entraban con cañones desde Plaza Miserere. Ese bombardeo duró desde las 12.40, al mediodía, hasta las 16. Y él me decía que se habían escapado por el subte y lograron salvarse porque salieron recién a la altura de Medrano. Así salvó su vida.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/420589-masacre-de-napalpi-la-historia-del-avion-que-lanzaba-caramel