Africa tiene 55 países, 1200 millones de habitantes, situaciones sanitarias más que precarias, endemias como el dengue, la malaria y el mortífero ébola. Y sin embargo, en esa inmensidad de territorio y de gentes, los casos de covid-19 no llegan a 40.000 y los muertos llegarían recién la semana que viene a los 1600. Es un fenómeno que no se puede explicar y que es difícil de interpretar. ¿De alguna manera el continente tiene defensas ocultas que el coronavirus no puede penetrar? ¿O simplemente está llegando más despacio pero cuando se desate va a ser catastrófico?
Estas preguntas no son académicas, porque las respuestas pueden dar soluciones a problemas de esta y de futuras pandemias. No extraña que la difusión del virus en Africa se esté siguiendo con atención en la Organización Mundial de la Salud, pese a las enormes dificultades en conseguir la información más básica en un país abundante en estados fallidos. Y tampoco se puede decir que todo es un error, falta de capacidad de los locales en identificar y contar casos. Si la covid-19 afectara la misma proporción de africanos que de, por caso, alemanes, habría incontables millones de casos y decenas de miles de muertes. Sería inconfundible.
De hecho, las autoridades médicas de varios países, coordinados por el Centro Africano de Control y Prevención de Enfermedades, realizaron testeos para medir qué tan lejos de la realidad están estas cifras. Los resultados fueron desconcertantes: en el inmenso suburbio de Kibera, una inmensa villa miseria en Nairobi, Nigeria, que es un paradigma de hacinamiento, los médicos le hicieron el test a 400 personas. Y encontraron apenas tres resultados positivos.
El primer mapa de la difusión que aparece en los estudios es bastante esperable, con la mayoría de los casos concentrados en el norte africano y en las ciudades más comunicadas con Europa. Le siguen los focos en las capitales con aeropuertos más activos en Nigeria, Kenia y Sudáfrica. Esta asociación con el extranjero también explica que en Sudáfrica la mayoría de los casos confirmados sean de la clase media y alta local, tanto negra como blanca, y que en las barriadas de Soweto el coronavirus tenga el apodo de “virus de los blancos”.
Pero ahí mismo aparece la primera anomalía, que es Addis Abeba, la capital etíope y sede de la Unión Africana y varios organismos multinacionales continentales. Más llamativo todavía, la vieja ciudad imperial es la sede de la más formidable aerolínea africana, Ethiopian Airlines, famosa por cubrir todos los países del continente y ser la puerta de entrada a Asia, Europa y las Américas. Cuando el coronavirus azotaba a China, Ethiopian siguió cubriendo esas rutas, algo que los chinos agradecieron recientemente con una gran donación médica. Pese a esta exposición extra, entre los cien millones de etíopes hay apenas 133 casos registrados y tres muertos.
Mientras los racistas del mundo escriben en internet que tal vez los negros puedan tener una inmunidad natural, olvidando la cantidad de árabes y bereberes del norte continental, y la cantidad de víctimas de raza negra en Estados Unidos y Brasil, los especialistas destacan que Africa se aisló rápidamente. Al cierre de fronteras, se agregó la muerte súbita del turismo, que dejó playas, zocos, safaris y parques nacionales vacíos. De hecho, es tal el vacío en las grandes reservas nacionales que los cazadores furtivos están masacrando rinocerontes como nunca antes.
A esta parálisis reciente se le suma la habitual dificultad de viajar en el continente. Excepto por las rutas costeras del norte árabe y los países con mejor infraestructura en el sur -Namibia, Sudáfrica y Botswana- las rutas suelen ser más teóricas que otra cosa. El viajero tiene que aceptar que 400 kilómetros puedan ser un viaje de dos días o que simplemente sea imposible viajar por tierra entre dos países. Esto explica lo caros que son los pasajes aéreos en el continente y que los vuelos suelan ir repletos. Y también que los chinos estén haciendo semejante negocio construyendo rutas por media Africa. Esta barrera, que en condiciones normales es un problema de subdesarrollo, también redujo el movimiento de personas infectadas.
Lo que ya es una preocupación es la enorme disrupción económica en un continente donde el ingreso per cápita equivale a cinco dólares por día, distribuido de la peor forma concebible. Las Naciones Unidas calculaban que en este 2020 por lo menos 130 millones de personas iban a pasar hambre en el mundo. Con la pandemia, se teme que la cifra se duplique por la imposibilidad de tantos de ganarse la vida, por el cese de ingresos por turismo y el corte en la remisión de dinero que hacen los emigrantes a sus familias. En Africa hay 368 millones de chicos que comen en sus colegios, que ahora están cerrados.
La fragilidad económica de la mayoría, la amplia mayoría, de los africanos no puede exagerarse. Africa subsahariana tiene 41 por ciento de sus poblaciones por debajo de una línea de pobreza que es muy, muy baja. De los 28 países más pobres del mundo, 27 son africanos (el otro es Haití). Hay países que tienen un analfabetismo del 70 por ciento y desastres como la República Central Africana, donde la expectativa de vida promedio es de 54 años. Y pese a los recientes entusiasmos de entes como el FMI, el crecimiento de la economía de la última década apenas llega al tres por ciento, apenas superando la tasa de crecimiento de la población.
Con lo que si la pandemia del coronavirus no está pasando de largo sino demorándose en estallar, podemos estar a las puertas de un desastre masivo. En Africa cada año mueren cientos de miles de personas de malaria, una enfermedad perfectamente tratable, por falta de atención médica básica. Nigeria y Sudán consideran una utopía erradicar el sarampión y el polio, y una advertencia de los últimos años a los viajeros es la de vacunarse contra la tuberculosis. La mortalidad infantil en los países más pobres ronda el siete por ciento y la ONU calcula que sólo el quince por ciento de los africanos tiene agua corriente asegurada. En los peores casos, como la destrozada Liberia, no pasa del tres por ciento.
Si la idea de la distancia social y la cuarentena es no abrumar nuestros sistemas de atención de urgencia, Africa no tiene ni para empezar. En el continente hay una cama en terapia intensiva cada 200.000 habitantes, promedio que en Europa sube a una cama cada 250 personas. En Sudán del Sur hay cuatro respiradores para once millones de habitantes. En la República Central Africana hay tres para cinco millones. En Liberia hay siete, pero uno está en la sala de primeros auxilios de la embajada de EE.UU. Diez países del continente no tienen ni uno.
En total, hay dos mil respiradores para los 41 países subsaharianos. Etiopía tiene el mayor número, 557, lo que hace que haya uno cada 200.000 personas. Son tan pocos que nadie espera que en ningún plazo inmediato pueda haber suficientes. Con lo que los organismos internacionales y los gobiernos se están preocupando por cosas más básicas como máscaras, agua corriente y jabón. También faltan cosas mucho más necesarias que los respiradores, que son necesarios para el tres por ciento de los pacientes.
Como por ejemplo, oxígeno a presión. El ingenio africano -región que alberga a los mecánicos más ingeniosos del mundo, sólo comparables a los cubanos- encontró soluciones notables. Cuando la planta de oxígeno comprimido del hospital central de Addis Abba se rompió, el gobierno llamó a la única fábrica de jeans del país. Resulta que para desteñir los jeans se usa oxígeno comprimido y la fábrica comenzó a llenar los tubos que necesitaba el hospital.
Claro que para estas soluciones hacen falta fábricas, una base industrial, otro bien escaso en Africa.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/263251-la-que-le-espera-a-africa