Una usurpadora autoproclamada presidenta y ungida por las Fuerzas Armadas mediante un golpe de Estado que retrotrae a la Colonia. Una salvaje represión de nítido énfasis racial. Un registro visual digno de Eisenstein en el que dos ataúdes han sido abandonados en la calle por quienes los portaban, antes de que la violencia acabase también con ellos. Esto requiere al menos una breve reseña histórica.
Las bases hay que rastrearlas en Tiwanaku, esa fecunda cultura madre que entre 1.580 a.C. y el 1.000 d.C. florece e irradia su esplendor espiritual y material desde la cuenca del Titicaca hacia el Pacífico, el sur del Perú y el norte de Argentina y Chile. Ya bajo la dominación hispánica, el sincretismo religioso domina en la magnífica escuela pictórica altoperuana, de la que la “Virgen del Cerro” es el más perfecto ejemplo: fundida en la montaña, María se mimetiza con la Pachamama.
Entrado el siglo XX, Bolivia participará de aquel clima de época en el que el empoderamiento del Estado será una meta para gobiernos de distintas tendencias: Cárdenas en México, Vargas en Brasil, Justo y Perón en Argentina. Un grupo de jóvenes oficiales bolivianos nacionalistas coincidirá entonces en su postura con sus colegas argentinos del GOU: Germán Busch nacionalizará el Banco Central y promulgará el primer Código del Trabajo; Gualberto Villarroel abolirá el pongueaje y el mitaje (modos de servidumbre provenientes del Incanato y la Colonia) y creará la primera Asamblea Indígena del país, siendo por ello asesinado y colgado en la Plaza Murillo por instigación de la “rosca” oligárquica.
Este proceso proseguirá con la revolución de 1952, cuando el líder del Movimiento Nacional Revolucionario Víctor Paz Estenssoro producirá en su primera presidencia un verdadero sismo político: sanción del sufragio universal (mayoría indígena campesina y mujeres), reforma agraria, estatización de las minas de estaño, impulso a la organización sindical. El paralelo y la empatía con la gestión del primer peronismo resultan innegables.
La derecha boliviana obtendrá su revancha durante las sangrientas dictaduras de Hugo Banzer y Luis García Meza, activos miembros del Plan Cóndor, así como en las desastrosas gestiones de Gonzalo Sánchez de Losada, la segunda de las cuales deberá resignar en Carlos Mesa. Sus programas serán los propios de todo régimen neocolonial: enajenación del patrimonio público, endeudamiento, represión popular.
Cuando en 2006 Evo Morales asume por fin la presidencia de Bolivia lleva al poder a una etnia largamente oprimida, hecho inédito en la historia de un país abrumadoramente indígena y mestizo. Si coincidimos con Antonin Artaud en que “toda cultura verdadera se apoya en la raza y en la sangre”, habremos de convenir también en que los indiscutibles méritos de su gobierno resultan insoportables por ser obra de un indio. Es por eso que cuando la ralea que lo desplaza agita la biblia espasmódicamente mientras envilecida por el odio dispara contra sus propios hermanos, sólo cabe interpretar: “raza, petróleo, litio”. Y pensar en la tarea a la que habrá de retornar una vez más el pueblo boliviano, esa que Álvaro García Linera definió como deber de toda sociedad en busca de un destino: “luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer… hasta que se acabe la vida”.
*Profesor Consulto de la UBA. Vicepresidente de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/232718-la-hora-de-los-sismos