Todo peronista tiene por lo menos un amigo/a de toda la vida cuya furia antiperonista, en los últimos años, ha crecido desmesuramente. Exacerbados por mentimedios y telesabasura, y también por la fiaca intelectual notable en muchos veteranos y en chicos burgueses recién salidos de parvularios, es verdad que el antiperonismo, aunque empobrecido en ideas, ha crecido en los últimos años. ¿Quién no perdió familiares y amigos de toda la vida con quienes jamás las diferencias ideológicas se imponían a los afectos, y hoy sí porque están enfermos de odio? Se les aflojó la tuerca de la moderación, les brotó el coronavirus del racismo, se hicieron millonarios ladrando contra “la política” y “los peronchos”.
¿Quién no tiene hoy entre sus viejos conocidos, ex-camaradas y antaño pares, a irreconocibles odiadores? ¿Quién no sabe de viejos amigos, parientes y compañeros de vida convertidos en fanáticos de la antinación y virulentos anti “K”, como si detestar una letra del abecedario les otorgara conciencia y verdad sobre algo?
En esta nota se confiesa que el dolor es grande, y decirlo –escribirlo- viene a cuento de un episodio inesperado. Quiso la casualidad que esta semana una lectora de esta columna releyera una novela que publiqué hace casi 30 años: Santo Oficio de la Memoria. Y por mensaje privado me recordó a Ralph, un cantinero de Nueva York que es personaje de ese relato de cuando yo era muy joven, Noviembre de 1978. Y episodio que ahora reproduzco:
“Anoche en el bar de Ralph, en la calle 109. Un ambiente de segunda. Ralph, después de enseñarme a jugar a los dardos y al pool, a la décima cerveza me preguntó si el peronismo era una mierda o no era una mierda. Yo no sé por qué en todo el mundo se interesan tanto por el peronismo. Lo consideran un fenómeno incomprensible, una ilusión óptica, un pase de magia, casi un sinónimo de la Argentina moderna. Si es que la Argentina es moderna. Explicar a los argentinos es como intentar una axiología de la inconsciencia. Y el peronismo es su aspecto más indescifrable. Pero yo me largué como un gil.
“Le dije a Ralph que para entenderlo había que empezar por el año 44, cuando el peronismo era nada más que un tipo ambicioso y decidido, y un grupo de milicos nacionalistas y acaso bien intencionados que se alarmaban por la corrupción generalizada y la pérdida de soberanía. Argentina era entonces un país bastante desintegrado, algo así como muchos pequeños países de régimen feudal dentro de un mismo territorio; y una injusticia social muy grande pero disimulada.
“Yo nací en el 44, dijo Ralph, mi viejo estaba en la guerra en el Pacífico hacía dos años así que no sé cómo hizo mi vieja.
“Típico de borrachos, yo seguí adelante con lo mío: Estos tipos tienen un claro sentimiento antimperialista, pero como son primitivos (los militares son, en rigor, los neandertales de la política) es un antimperialismo más bien cercano al chovinismo y la xenofobia. Tienen un sueño de grandeza monumental, casi ilimitado. Están imbuidos de la idea lugoniana de que la Argentina es un país con Destino Manifiesto de Potencia Mundial. Tienen antecedentes belicistas por deformación profesional y lo que pretenden es una sociedad dirigida desde el Estado, organizada y controlada.
“Ya entiendo, dijo Ralph. Se trata de condenados comunistas hijos de puta.
“No, le expliqué, son nacionalistas y procuran diferenciarse de los bloques de poder dominantes. Cantan: “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”. “Patria sí, Colonia no”. Están lejos de todo sueño comunistoide, pero sienten un profundo resentimiento contra todo liberalismo político y económico. De ahí la proximidad con el fascismo.
“Ah, son bastardos nazis hijos de puta”, dijo Ralph.
“No, volví a atajarlo, es verdad que para los que están en el pleistoceno de la política la equidistancia furiosa del comunismo y del liberalismo arroja fascismo larvario, cuando no desarrollado. Pero en el peronismo hubo componentes democratizadores muy importantes; significó una revolución social progresista en muchos sentidos. Claro que para llegar a ser democrático el peronismo debió atravesar un largo proceso que le costó 40 años y aún no termina.
“No entiendo un carajo, dijo Ralph entonces, mirándome como yo miraría a un indonesio explicándome el fenómeno Sukarno. Lo que yo quiero saber, exactamente, es: el peronismo ¿es una mierda o no es una mierda?
“No, no es una mierda, Ralph, le dije. Y se puso contento y sirvió otra cerveza y cambiamos de tema”.
En las últimos 70 años, ése que puede llamarse “espíritu antiperonista” fue propagandizado en todo el planeta por los sistemas (in)comunicacionales más poderosos del mundo. Y ha crecido sobre todo en nuestro país mientras, paradójicamente, en el llamado Primer Mundo, siempre tan cerrado al peronismo, ahora parece haber otra actitud. No solidaria pero sí –hartos de milicos y civiles que como alumnos del neoliberalismo fueron siempre desastrosos– ahora al menos de curiosidad y menos condenatoria. Acabamos de ver esta semana a Merkel y Macron preguntando a nuestro presidente qué es el peronismo.
Y por qué no, quizás en privado Alberto Fernández les explicó también ese extraño vocablo –”gorila”– que aquí no refiere al enorme simio africano sino a cierto tipo de argentino visceral e irracionalmente antiperonista. Ese tipo humano de origen militar que, desde antes del sangriento golpe de estado de 1955, incluyó a políticos civiles que por puro antiperonismo se fanatizaban a medida que advertían que era imposible detener la construcción del país independiente y solidario que las grandes mayorías anhelaban y sostenían. No encontraban manera de derrotar en las urnas a aquel gobierno que, no sin contradicciones y yerros, construía un nuevo modelo social autónomo, solidario, mucho más justo que todo lo conocido hasta entonces, y no alineado internacionalmente.
Casi todos los historiadores coinciden en que la connotación políticamente despectiva del término “gorila” se originó en una broma popularizada en 1952 en un programa de Radio Argentina. Y broma que al año siguiente hizo furor cuando en la película norteamericana Mogambo, Clark Gable era un cazador en África que enamoraba a Grace Kelly, quien al oir un rugido se arrojaba a sus brazos y entonces Clark le decía: “Calma, deben ser los gorilas”.
Allí nació un jingle popularísimo que decía: “Deben ser los gorilas, deben ser / que andarán por ahí”. Y que se politizó a medida que milicos y civiles conspiraban para derrocar a Perón. Lo que lograron con el atropello democrático que cínicamente llamaron “Revolución Libertadora”. A partir del cual las grandes mayorías populares empezaron a padecer el odio y la violencia de clase, bautizando para siempre como “gorila” al antiperonismo cerril que condujo a la Argentina al desastre que coronaron Macri y sus bandas. Que son (esos sí) el verdadero hecho maldito de la política argentina.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/246642-elogio-del-gorila-2020