El voto del odio

El voto del odio

Murió la madre, el Tigre Verón cerró los puños y escondió la cara tras la guardia pugilística. Boxea la vida. El instinto animal del Tigre hace que todo se convierta en un ring y violencia. Esta serie de Polka sobre la vida de un dirigente gremial de la carne se estrenó justo al comienzo de la campaña electoral a la que se enrosca desde un lado tangencial pero que impacta como un gancho a los riñones. Casualidad: el periodista Daniel Muchnik despotricó contra el sindicalista Sergio Palazzo y dijo que en Estados Unidos, el abuso sindical terminó cuando secuestraron a Hoffa, el dirigente camionero. Sugerencia, justificación. Más casualidades en la misma línea: con una crueldad inusitada, la monja Martha Pelloni, acusó al boleo a decenas de miles de jóvenes de La Cámpora de ser “el brazo del narcotráfico en la política de Cristina Kirchner” y la diputada Elisa Carrió agregó que “algunos trafican y muchos consumen”. Sigue la catarata de bosta: Elisa Carrió dijo que Cristina Kirchner viajó a Cuba para reunirse en secreto con los rusos. Miguel Angel Pichetto y Jorge Macri dijeron que Axel Kicillof es marxista, como si fuera cierto y como si fuera un insulto. Argentina retrocede décadas en el discurso de campaña que eligió el oficialismo como si volcara sobre la sociedad un tacho de la basura intolerante y violenta de la Argentina de hace más de cuarenta años.

La serie de Polka sobre este violento sindicalista, con una ex mujer alcohólica, un hijo otro drogón, el estereotipo clasemediero más ramplón del sindicalismo peronista, se recostó en la campaña electoral al mismo tiempo que varios grandes empresarios exigían una ley de flexibilización laboral, en sintonía con las exigencias del FMI. Es evidente que habrá resistencia gremial. Es evidente el trasfondo de la telenovela.

La complejidad del universo gremial no se reduce a ponerle un toque de humanidad al villano y largarlo a correr para horrorizar a una clase media llevada al borde del abismo por las fake-news que fueron generadas en las mismas trastiendas. Y así empujarlas para que se deslicen al vacío.

Sin argumentos para defender una gestión que arruinó al país y que ya no se explica con ninguna pesada herencia, el oficialismo eligió caminar por el delgado sendero del ataque violento y la demonización ideológica. Propuesta Republicana no tiene Propuesta porque eligió la campaña negativa, basada en denigrar al adversario. Y tampoco es Republicana por el carácter violento y por la discriminación ideológica tan rústica que utiliza.

Si una fuerza política hace muchas promesas cuando está en el llano y después de gobernar no le queda más argumento que denostar a sus competidores, quiere decir que no cumplió nada de lo que prometió. Seguramente sabía que no lo iba a cumplir. Después de casi cuatro años quedó expuesto el hueco, el vacío absoluto de propuestas reales y concretas a la sociedad.

En la mayoría de los casos, se hizo lo contrario de lo que se prometió. Se iba a sacar el impuesto a las ganancias y ahora abarca a más trabajadores que antes; en vez de lluvia de inversiones, se desinvirtió al país con especulación financiera y fuga de capitales. Dijeron que nadie perdería lo que ya se había logrado y los salarios bajaron drásticamente y aumentó la desocupación ya de vuelta en dos dígitos, como en la crisis del 2002. Se dijo que bajaría la inflación y la duplicaron o más. Y así en cada uno de los rubros que hacen a la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los argentinos. Los ganadores son pocos y todos amigos o familiares del gobierno. No pueden hacer campaña con la desgracia que han causado.

En las competencias electorales previas, la división del trabajo hizo más sigiloso el efecto buscado. Los candidatos se dedicaban a hacer promesas, a mostrarse como buenos chicos blancos y a jugar con globos amarillos. El peso de la campaña de difamación estuvo a cargo de los servicios de inteligencia, en combinación con periodistas del oficialismo –o rentados por él– y un sector del Poder Judicial. Se hicieron cientos de acusaciones hasta saturar a una sociedad que finalmente asumió como una verdad implícita la corrupción en el kirchnerismo.

Pero finalmente no hubo tesoros enterrados en la Patagonia, no hubo cuentas en las Seychelles, ni en Panamá, ni en Delaware o las islas Cayman, no hubo “ruta del dinero k”, ni existieron los bolsos de la secretaria, no hubo crimen de Alberto Nisman ni traición a la patria por el memorándum con Irán. No hubo sótano del dinero, ningún funcionario se enriqueció con Ciccone, no hubo sobreprecios en el gas y la morsa no tenía nada que ver con Aníbal Fernández. Armaron la mentira porque el ex ministro usaba un gran bigote. Solamente con eso los servicios de inteligencia abrieron las puertas de una cárcel de alta seguridad para que Lanata, periodista emblema del grupo Clarín, entrevistara a los asesinos del triple crimen de General Rodríguez y se creara la historia de la morsa.

Fueron todas fake-news. Los comunicadores que armaron esas acusaciones tendrían que reconocer, al menos, que mintieron.

En esta ocasión, la campaña sucia va por cuenta de los mismos candidatos. La prensa oficialista ya no alcanza. Mauricio Macri, en plan de presidente y candidato fue entrevistado oportunamente por la CNN y se sumó a la catarata de bosta. Dijo que Palazzo era un “provocador y un prepotente”; que el candidato del Frente de Todos, Alberto Fernandez “solamente sabe mentir” y que un triunfo de la oposición era “temido en el mundo” y significaría la “destrucción del futuro de los argentinos”.

No pudo reivindicar una sola acción de su gobierno, más que mentir con la falsa “tolerancia a la libertad de prensa” y nombró a dos de los poquísimos medios críticos: el canal de cable C5N y PáginaI12, los que justamente vienen soportando persecución judicial y discriminación con la pauta pública. En ese momento la cámara lo enfocó y el gesto de su cara lo delató cuando formulaba esas afirmaciones más falsas que billete de cuatro pesos.

Cambiemos elige esta campaña violenta por más de un motivo. En principio porque no tiene otro discurso ya que no puede exhibir ningún logro en su gestión. Pero además las encuestas dan resultados bastante parejos por lo que resulta estratégica la disputa por los indecisos y por cada voto que se pueda conseguir.

Los indecisos están desgarrados por dos factores contrapuestos y potentes. Por un lado, la crisis los destrozó. Por el otro, han sido inoculados con el odio antiperonista y antikirchnerista. El único argumento que le queda al macrismo es estimular ese odio para que se olviden de la crisis, de las angustias del salario y la inestabilidad o la falta de trabajo, del ajuste extremo de sus consumos elementales, del aumento de la miseria y la pobreza, del estrecho futuro que les dejaron para sus hijos.

Cada punto que puedan conseguir el Frente de Todos y Cambiemos en esa cantera será estratégico. Otra inferencia que surge de esta opción que asumió el oficialismo para realizar su campaña es que el odio, la famosa grieta que ellos mismos han denunciado, fue originado por ellos en una práctica que ya han convertido en metodología.

Hacer que en la televisión una monja acuse sin pruebas a decenas de miles de jóvenes de estar en el narcotráfico es una convocatoria al odio y a la violencia. A nadie le gusta el narcotráfico que corrompe y destruye a la juventud. Y la militancia política de los jóvenes justamente los aleja de ese camino. Se pueden hacer muchas críticas que induzcan a un debate o al cruce de posiciones. Pero denunciarlos de narcos o de corruptos reemplaza la discusión política por un acto policial.

Son nauseabundas las denuncias genéricas al boleo, sin pruebas, sin nombres. Son peores que los prejuicios, porque se formulan con el propósito de crear los prejuicios. Y una sociedad con prejuicios como los que promueve la monja es un infierno.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/206036-el-voto-del-odio

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