“Gracias, Diego”, “Te amamos”, “No te vamos a olvidar, Diego”. Las frases retumbaban entre las altas paredes del hall de la Casa Rosada y se repetían como una letanía. Había momentos que entraba un grupo de hinchas y durante unos segundos cantaban el “olé, olé, Diego, Diego”. Arrojaban camisetas, banderas y flores al pie del féretro del mayor ídolo deportivo de la historia, ya definitivamente leyenda. Pero lo más significativo sucedía en los momentos de silencio. Cuando no había gritos, ni súplicas. Era el silencio, denso, de lo inevitable. Una multitud dolida desfiló por la Casa Rosada en el velatorio de Diego Armando Maradona, que -casi inexplicamente- terminó en represión con heridos y detenidos. La decisión de la familia de terminar la ceremonia a las 16, cuando la fila de quienes querían despedir al Diez se extendía a lo largo de varias cuadras, llevó a la Policía de la Ciudad a emprenderla con balas de goma y gases contra los descontentos. Al atardecer de una jornada desbordada, Maradona encontró su lugar de descanso definitivo en el cementerio Jardín de Bella Vista, donde están enterrados sus padres don Diego y doña Tota.
Desde un primer momento, la decisión de Claudia Villafañe y de Dalma, Gianinna y Jana Maradona fue acelerar los tiempos de la despedida. El traslado de los restos del astro desde la funeraria de La Paternal a la Casa Rosada se hizo en la medianoche del miércoles e, inmediatamente, durante las primeras horas del jueves realizaron la ceremonia íntima para familiares, amigos y ex compañeros. Ubicaron el cajón, abierto, en el salón de los Patriotas Latinoamericanos -el mismo lugar donde fue velado Néstor Kirchner diez años atrás- y sobre el cuerpo colocaron una bandera argentina y una camiseta de Boca, los colores que más lo representaban. Por allí pasaron varias de las glorias de los planteles del ’86 y del ’90 como Oscar Ruggeri, Jorge Burruchaga, Sergio Goycochea, Ricardo Giusti, Checho Batista y Luis Islas. También jugadores como Martín Palermo, Maxi Rodríguez, Carlos Tévez y Javier Mascherano.
Fervor y emoción
Hubo un error de origen. Ocurrió cuando la familia resolvió que la despedida para el público general sería entre las 6 y las 16. Dado que el Gobierno había calculado que podrían acercarse a la Casa Rosada alrededor de un millón de personas, no existía la manera de que pudieran pasar todos. Durante la noche, varios grupos instalaron un clima tribunero en la Plaza de Mayo, incluyendo banderas colgadas en las rejas de la Casa de Gobierno. Una era de Cebollitas, las inferiores de Argentinos Juniors donde se inició Maradona. Luego de algún incidente en la apertura de las puertas, todo se normalizó y la gente comenzó a circular rápidamente como estaba previsto. Por un lado, para tratar de que pudieran despedirse la mayor cantidad de personas. Por el otro, para minimizar las posibilidades de contagios.
Ingresaban por la puerta principal de Balcarce 50, pasaban frente al féretro y salían por Balcarce 24. Si demoraban, enseguida los apuraban los agentes de seguridad. Era notorio el cambio de ánimo. En la fila para ingresar que se extendía a lo largo de avenida de Mayo e ingresaba a la Rosada por Hipólito Yrigoyen había fervor. Cantaban “el que no salta es un inglés” o el imperecedero “Maradoo” pero los segundos delante del féretro los desarmaban y salían cabizbajos o, muchas veces, llorando. El ataúd, ya cerrado, fue colocado en el hall central para permitir el paso rápido. La bandera argentina y la camiseta de Boca y otra de la Selección, encima. Y la copa del Mundo de 1986, la de la gesta inolvidable, en una mesa a un costado.
Pasaban con camisetas de los equipos en los que jugó y dirigió Diego, pero también de sus rivales, como River o Rosario Central. “Decidimos viajar desde Rosario ayer a las 6 de la tarde. Es como si se hubiera muerto mi viejo”, comentaba el hincha de Central junto a sus hijos y un amigo, él sí de Newells. La gente dejaba ofrendas: se fue formando una montaña de camisetas, banderas, flores y hasta pelotas de fútbol, para que Diego siga jugando como nadie allí donde esté.
Alberto y Cristina
Claudia, Dalma y Gianinna se quedaron todo el tiempo, recibiendo condolencias. Miguel Cuberos, el funcionario que trabajó en la organización, saludó cuando llegó al jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, de los más tempraneros junto al ministro de Salud, Ginés González García, y el de Turismo y Deportes, Matías Lammens, que se quedó en un costado muy emocionado. A las 11, aterrizó el helicóptero que traía al presidente Alberto Fernández, a su pareja Fabiola Yáñez, el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello, y al vocero Juan Pablo Biondi. El Presidente abrazó muy fuerte a Claudia y a las chicas y luego sumó -junto al presidente de Argentinos Juniors, Cristian Malaspina- la camiseta del club de sus amores al ataúd. En las entrevistas que ofreció durante estos días, el Presidente dio detalles del añejo vínculo que lo unía a Maradona por sus inicios en el “Bicho”.
“Claudia estaba muy mal, lloraba mucho. Yo la conozco mucho. Ella y sus hijas tenían un amor por Diego que es enorme”, comentó luego. Fernández también se emocionó. Luego de acomodar la camiseta, puso al pie del féretro los pañuelos blancos de las Madres y de las Abuelas, una lucha que el Diez siempre acompañó. Fabiola dejó un ramo de rosas rojas. La gente que pasaba en ese momento aplaudió y al Presidente se le llenaron los ojos de lágrimas. Permaneció unos 20 minutos y luego se retiró a su despacho.
Más tarde llegó la vicepresidenta Cristina Kirchner, quien también fue derecho a saludar a las mujeres. Llevó la camiseta de Gimnasia y Esgrima, su club y el que dirigía Maradona cuando falleció, y dos rosarios. Se quedó acariciando el cajón.
Cafiero y el ministro del Interior, Wado de Pedro, se acercaron a Claudia para volver a preguntarle sobre el horario de cierre. Para entonces, la cola de las personas para ingresar iba por avenida de Mayo hasta la 9 de Julio y de ahí hasta San Juan. Pero Claudia insistió en su postura de terminar la ceremonia a las 16. La decisión, entonces, fue cortar la fila en la 9 de Julio, lo que generó la reacción de toda la gente que repentinamente se quedaba sin la posibilidad de despedir a su ídolo. Al primer rechazo, la Policía de la Ciudad reprimió ferozmente con balas de goma y gases. “Le exigimos a Horacio Rodríguez Larreta y a Diego Santilli que frenen ya esta locura que lleva adelante la Policía de la Ciudad”, reclamó en las redes De Pedro.
Esa acción generó corridas y avalanchas, que terminaron en minutos con la tranquilidad que existía hasta entonces. El efecto llegó hasta la Plaza de Mayo, donde para escapar de los gases la gente empezó a saltar las rejas e ingresar a la Casa Rosada, desbordando todos los controles. Rápido, se viralizaron algunos videos en los que se veía a los simpatizantes invadiendo el señorial Patio de las Palmeras. Ante la situación, el personal de seguridad optó por retirar el féretro y llevarlo a otro sitio, lo que en los hechos marcó el fin abrupto del velorio.
Pero quedaría un último acto de la devoción del pueblo por el Diez. Resolvieron que habría un cortejo, saliendo desde la Casa Rosada, el Bajo hasta la autopista y de ahí a Bella Vista. A medida que la gente fue conociendo el trayecto, comenzó a poblar cada vez más la autopista con banderas y cantitos y, en minutos, se armó una caravana multitudinaria. Sin organización, desprolija y a veces excesiva, pero con fervor y un amor incondicional, la gente buscó la manera de acompañar a su ídolo hasta la puerta de su última morada. La ceremonia final era para la familia, pero ellos se quedaron allí, lo mismo que otros en la Plaza de Mayo y algunos más que se desparramaron por el centro porteño, cantando una vez más en recuerdo de quien que lo hizo felices y que siempre estuvo de su lado, sin pedirles nada a cambio. “Diego, Diego de mi vida, vos sos la alegría de mi corazón”, entonaban convencidos.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/308378-el-ultimo-acto-de-amor-del-pueblo-con-diego-maradona