En mi libro “El Nuevo Topo. Los Caminos de la Izquierda Latinoamericana” hay un capítulo titulado “El Enigma de Lula”, porque comprender a esa figura no es sencillo.
Tanto la derecha como la ultraizquierda no han descifrado el acertijo y han sido devorados por él. Ambas subestiman lo que representa Lula y no entienden el significado de la era neoliberal y cómo luchar contra ella. El neoliberalismo trató de imponer falsas dicotomías, trampas para la izquierda. Porque se trata de desmontar falsas dicotomías. Aceptarlo es aceptar la polarización inflación/ajuste fiscal o Estado/sociedad civil.
La era neoliberal representó un nuevo período histórico, debido a las profundas transformaciones introducidas en las últimas décadas del siglo pasado, sin cuya comprensión no es posible comprender las nuevas formas de lucha política. Se pasó de un período marcado por la polarización entre dos superpotencias a otro de hegemonía de una sola gran superpotencia, una transformación con profundas consecuencias. Se pasó de un largo ciclo expansivo del capitalismo que Hobsbawn caracterizó como la “edad de oro del capitalismo”, a un largo ciclo recesivo, aún vigente y sin horizonte final. Y se pasó de la hegemonía de un modelo de bienestar social, en el que el Estado asumía -en mayor o menor medida- responsabilidades por los derechos de las personas, a un modelo liberal de mercado de lucha de todos contra todos, frente a un Estado reducido a sus mínimas proporciones.
El conjunto de estas transformaciones regresivas tuvo como principal víctima a América Latina a través de tres fenómenos principales: 1) la crisis de la deuda entre fines de la década de 1970 y principios de la de 1980 que puso fin al período de mayor desarrollo económico de la región; 2) las dictaduras militares en algunos de los países políticamente más importantes del continente: Brasil, Uruguay, Chile y Argentina, afectando la capacidad de lucha de los movimientos populares. 3) los gobiernos neoliberales: América Latina fue la región que más los tuvo y en sus modalidades más radicales.
Así, América Latina fue también la única región en la que surgieron gobiernos antineoliberales, implementados por fuerzas que supieron comprender la naturaleza del neoliberalismo y construir gobiernos que avanzaron en su superación.
El neoliberalismo vino con el fin del campo socialista y la crítica radical al papel del Estado y sus normas. Cambió por completo el panorama de la izquierda en el mundo: la socialdemocracia adhirió al neoliberalismo. Y los partidos comunistas prácticamente desaparecieron o se volvieron intrascendentes, junto con las corrientes trotskistas.
La izquierda del siglo XXI pasó a ser la izquierda de las fuerzas antineoliberales o posneoliberales, cuyos líderes pasaron a ser Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica, Evo Morales y Rafael Correa, como líderes de gobiernos antineoliberales.
Lula entendió perfectamente la naturaleza del neoliberalismo, incluso cómo había logrado imponerse bajo la bandera de combatir la inflación. Lula supo incorporar este fenómeno, entendiendo cómo la inflación es un impuesto sobre los salarios de los trabajadores, pero ya no como un objetivo central y un fin en sí mismo, sino como un instrumento para cambiar la prioridad fundamental del gobierno e implementar políticas sociales y luchar contra las desigualdades.
La derecha intentó devorarse a los líderes populares. Creía que era imposible conciliar crecimiento económico, distribución del ingreso y control de la inflación. Intentaron descalificar a Lula y otros líderes de izquierda con acusaciones de corrupción y populismo. Así como la ultraizquierda, que aseguraba que el PT “había traicionado” a la clase obrera e iba a fracasar. Ninguna de estas predicciones se cumplió.
La derecha tuvo que entender que el éxito de las políticas sociales del gobierno de Lula obtuvo un amplio apoyo popular, mientras que la ultraizquierda no se resignó a confesar que el gobierno había servido a los intereses fundamentales de la clase trabajadora y gozaba del más amplio apoyo popular, y que el gobierno de Lula fue el más exitoso de la historia de Brasil.
De alguna manera, hoy también hay quienes no entienden la estrategia de Lula. Son los que no entendieron que la hegemonía de la izquierda se logró por el programa antineoliberal -priorizando políticas sociales, integración regional e intercambios Sur-Sur, y por el rescate del papel activo del Estado- y por la construcción de un frente amplio que superó el aislamiento de la izquierda a nivel político. Son quienes -aunque algunos apoyaron al gobierno de Fernando Enrique Cardoso- consideran que cualquier alianza política que vaya más allá del campo de izquierda es “conciliación”. Como si en algún lugar hubiera un gobierno de izquierda que no haya organizado un marco de alianzas más amplias. Nunca ha habido un gobierno de “clase contra clase”, cómo parecen proponer estas visiones.
Es porque tienen una visión pregramsciana, no entienden que lo fundamental es hacer o no hacer alianzas. El poder depende de quién ostenta la hegemonía en estas alianzas. Lula, por ejemplo, terminó su mandato con un 87% de apoyo -a pesar del 80% de referencias negativas en los medios-, expresando el apogeo de la hegemonía de la izquierda en el país. Cuando esto sucede, los sectores secundarios del bloque de poder en el gobierno tienen un peso secundario, mientras que la izquierda impone sus objetivos fundamentales.
Algunos sectores comenzaron a sentirse confundidos por la estrategia de Lula para derrotar el golpe y hacer triunfar nuevamente un gobierno antineoliberal. No se dan cuenta de que sola, la izquierda se mantendría aislada y sería nuevamente derrotada.
Hoy, la polarización fundamental ocurre entre la reanudación del proyecto de desarrollo con distribución del ingreso –representado por Lula– y la preservación del modelo neoliberal, objetivo fundamental del golpe. Para derrotar a las fuerzas golpistas que, si bien tienen un mínimo apoyo social, tienen el poder de los medios de comunicación, el del Poder Judicial y el del Congreso, es necesario tener aliados que excedan al campo popular. Por eso Lula propone un frente amplio que incluya a todos aquellos que, de alguna manera, se oponen a Bolsonaro. El gobierno del PT cuenta con su dirección para derrotar a la derecha. Son objetivos grandes pero indispensables para rescatar la democracia y las condiciones de gobernabilidad, para retomar el modelo victorioso en los gobiernos del PT.
Quien no descifra el enigma de Lula es devorado por él. Esto es lo que vive Brasil en 2023, con la hegemonía del pensamiento y el liderazgo político de Lula.