Decisiones 

Decisiones 

Lectores,
lectoras y lectoros de mi tricúspide, queridos codeudores, oras y
oros; ansiolítiques de mi espíritu convulso y compulso;
histeriformes, fobicados y paraestoicos; en fin, fauna y flora de la
patria: ¡salud!

Sabrán
ustedos y ustedas –supongo que sí–, que en el día de mañana he
de tomar una decisión que al parecer pondrá en juego mi futuro
imperfecto del subjuntivo y mi potencial, para no hablar del
imperativo (modo que cayó en desgracia y fue raudamente reemplazado
por un tono mucho más cool,
pero igualmente categórico, de seguir sugiriéndole al humano
transeúnte lo que debe hacer si quiere estar, parecer o semejar).

También
sabrán ustedes que en estos anteúltimos días me sentí casi podría
decir acosado por los insistentes llamados telefónicos de una mujer
que me pedía mi voto (por suerte, no el matrimonial), aunque no me
decía en qué templo me esperaba el domingo para que tal ceremonia
se llevara a cabo. También sabrán que dicha mujer hace caso omiso
de mi repetida negativa a darle votos de ninguna clase; no parece
comprender que “no” es “no” en todos los aspectos
de la vida, y solamente ayer detuvo su feroz campaña.

Sabrán
ustedes, quizás, que en estos últimos tiempos crucé por la ciudad
llena de carteles que me impulsaban a decidir, casi no importa sobre
qué cosa, siempre que yo decidiera. Esos carteles no me indicaban
cuál sería la ruta que uniría mi casi tenue decisión con el
efecto deseado y buscado por ella, a saber: que era posible que
poniendo un sobre en la urna yo terminara con la corrupción y
salvara a la república de… ¿quiénes?, ¿de ellos mismos?

Además,
escuché a un eclownomista devenido megáfono, muy animado,
conduciendo con su flauta a las masas hacia los suburbios de Hamelin,
y aquellos seguidores y seguidoras creían que lo hacían por sus
propios medios y no impulsados por el viento invisible del mercado,
que los lleva, cada vez más rápido, a su propia obsolescencia y
descartabilidad, a la que aparentemente acuden felices y felizas.

También
escuché porqués sí y porqués no.

Un
innombrable (porque estamos en veda) explicaba con su mejor cara de
piedra, papel y tijera que, para que los bancos no se fueran, los
entretuvo con 44 mil palos verdes que ni siquiera eran de él. Parece
que ahora los vamos a tener que devolver nosotros, en castigo por no
haberlo votado. Pero si lo hubiéramos votado, él resolvía en cinco
minutos que, en vez de 44 mil palos, la deuda se iba a 100 mil, un
millón de trillones, o cifras que no puedo describir sin la ayuda de
un matemático.

Y
yo tengo la mala suerte de no autopercibirme banco. Les aseguro que
lo llamé a mi analista y le dije que si él lograba que yo me
autopercibiera banco, aunque fuera por un ratito, compartiría con él
la mitad de “mis” depósitos en dólares.

Lo
perverso de todo esto es que a mí, por sentir esto, me pueden decir
que estoy loco; en cambio, a quien agarra la guita completa y la usa
de ansiolítico bancario, no le pasa nada, y hasta lo contratan de
payaso en algún circo internacional.

También
vi algunos rostros jóvenes que, sonrientes en el cartel, me
proponían la utopía de lograr una banca en el Congreso… para
ellos, no para mí. Recuerdo tiempos igualmente complicados donde,
sin embargo, la utopía era otra cosa. Pero bueno, ellos son jóvenes
y están ilusionades.

Ese
cotidiano intenso, he de decirlo, se terminó abruptamente hace muy
poco. Entiendo los motivos. Después de un mes atosigado, me dan dos
días para que haga la digestión y mañana, con mi metabolismo
equilibrado, mi mente clara, mi estómago limpito y el optimismo de
la voluntad somnoliento pero predispuesto, tome la decisión
correcta, o lo que más se parezca a eso.

Haré
lo posible.

***

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Yo decido, jajajaja”,
de RS Positivo (Rudy-Sanz), sito en el canal de YouTube del dúo.
(Allí podrán enterarse de los pormenores de nuestro retorno a los
escenarios presenciales).

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/381705-decisiones

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