Cuestión de honor

Cuestión de honor

La prolongación del aislamiento social en el AMBA y otras pocas zonas, donde el virus amenaza con intensidad, era tan previsible como el fastidio de cierta mayoría mediática por el anuncio de la medida.

También es verdadero que la fatiga no corresponde sólo al discurso de esa prensa. Expresa a una porción social significativa.

Sin embargo, siguen sin destacarse explicaciones sólidas para refutar el camino diseñado oficialmente. El efecto pretendido con la “infectadura” se desvaneció en un par de días, sin ir más lejos. No tuvo rebote, salvo por las más de once mil firmas que demolieron argumentativamente a “los 300” huérfanos de Leónidas.

Más parece haber el intento de que una economía reabierta se haga a todo trapo, si hace falta, aun a costa de desatar graves riesgos sanitarios.

Junto a ello, e incluso a cabeza, hay el metamensaje -de meta tiene casi nada- en torno de que el Gobierno sigue enamorado de la cuarentena porque lo victimiza. Porque confiere al Presidente un rol paternalista popularmente apreciado. Y porque pospone la desnudez de que no hay un programa económico de largo aliento (como si en el mundo hubiera algo de eso en las actuales circunstancias).

De todas maneras, con forma de desafío podría aceptarse que, en la economía, pandemia y cuarentena vienen postergando algunas respuestas gubernamentales.

Quizá no las haya porque debería culminar el tira y afloje con los bonistas, para recién entonces ponerse a hacer los números ¿decisivos?

O quizá sí existan, pero nunca se revelarán antes de tiempo por aquello de que esto es una partida contra eximios jugadores de póker.

Cómo se hará para reimpulsar economía, empleo y trabajo en el después de la excepcionalidad. Si acaso no habrá más formas que descansar en la intervención monetaria del Estado. Cuál es el límite para confiar en las corporaciones oligopólicas, algunos de cuyos miembros se reunieron el miércoles pasado con el Presidente. Qué papel tendrán los movimientos sociales y los actores de la economía popular.

Según insiste en señalar Enrique Martínez, ex titular del INTI, como tal y por su trabajo incansable uno de los productivistas más serios del país y miembro, justamente, del Instituto para la Producción Popular, tal vez el camino posible sea que sectores sociales se pongan la meta de agruparse para mejorar la calidad de vida en su pago chico; que en esa tarea aprendan qué puede estar a cargo de la propia comunidad y qué necesita de una capacidad administradora superior, en efecto a cargo del Estado.

Nada de eso excluye la responsabilidad de los medios hegemónicos, o dominantes, en el trazado cómplice de un posibilismo por el que, sin excepciones, se trata de rechazar cosa alguna que no sea temer a las represalias del Poder.

Es en función de eso que elucubran y ejecutan sus operativos constantes.

Sirven, entonces, ciertas consideraciones engarzadas con que ayer fue el Día del Periodista.

El año pasado que hoy parece hace dos siglos, en oportunidad de igual celebración, decíamos en este espacio que el problema no son las operaciones de prensa por sí mismas, sino que esas maniobras puedan cabalgar sobre públicos lo suficientemente cuantiosos y receptivos como para comprarlas una y otra vez.

La advertencia aludía al resultado electoral de 2015, del que aun se pagan las consecuencias -para no hablar de cuánto llevará continuar saldándolas- gracias a muchísima gente capaz de haber caído con tanta candidez en tantas trampas.

Recordábamos el invento de morsas; bóvedas secretas; plata enterrada en tundras patagónicas a varios metros bajo tierra; robos de un PBI completo; cuentas en el exterior; escalas presidenciales en ignotas islas del Pacífico para resguardar divisas mal habidas; pericias truchas; ardides del Banco Central con el valor del dólar futuro; satélites equiparados a lavarropas voladores; grasa militante; venezualización; grietas novedosas.

Habían llegado hasta el montaje del asesinato de un fiscal.

Si nos corremos a estos últimos meses, veremos una nueva suma que incluye las fantasías y operetas de haber liberado a miles de asesinos y violadores; la decisión de abandonar el Mercosur; el fracaso total de las negociaciones por la deuda a nombre de Wall Street; Ramón Carrillo nazi; Alberto Fernández cercado por el Instituto Patria; el impuesto a las grandes fortunas como repelente de las inversiones que ya había espantado el macrismo, por favorecer una especulación financiera desenfrenada; el arribo a granel de médicos cubanos; las protestas de vecinos en la bonaerense Villa Azul que eran imágenes de Chile, y lo bien que le iba a Chile con su sistema sanitario por haber hecho más testeos que Argentina; la magnificación de los caceroleos en barrios porteños y cordobeses.

Y el último hallazgo en fake news: haber desmentido que en la provincia de Buenos Aires se hayan hecho 60 mil testeos de coronavirus, apenas Axel Kicillof terminó de decirlo, y advertir que en instantes se demolería la falsedad del gobernador. Pero a los pocos minutos, la bomba periodística se transformó en otro bluf histórico. Ya somos grandes.

Las cortinas de humo se complementan con omisiones deliberadas.

¿Alguien vio resaltado, en los medios humeadores, que en San Luis aparecieron muertos dos presos en las comisarías donde estaban detenidos? ¿Qué en Tucumán fusilaron al peón rural Luis Espinoza? ¿Que en Chaco una patrulla policial molió a golpes a una familia qom?

En esa columna de hace un año o un siglo se indicaba que, aunque ahora parezca mentira, hubo alguna vez del periodismo en que se veía con muy malos ojos meter los goles con la mano.

Y que, dicho con cierta ingenuidad pero a título de quienes hicieron enorme al oficio, sería necesario recuperar ese clima de estatura profesional, sin tampoco hundirse en la tontería atómica de que existen los periodistas ideológicamente neutrales, ajenos a los acuerdos y presiones político-publicitarias de los medios en que se desempeñan, impolutos frente a cualquier apretada corporativa.

El historiador Sergio Wischñevsky, a quien volvemos a citar, reflexionó que uno de los aspectos en común -entre sus colegas y los periodistas- es que se acabaron las coplas de imparcialidad y miradas objetivas.

El fin de esas apariencias fue una victoria cultural del campo progresista, gracias al debate generado por la ley de medios audiovisuales a partir de 2009.

Ese instrumento semeja hoy bastante antiguo y en verdad lo es en variados aspectos, propios de un período que todavía estaba insuflado por lo analógico. Su espíritu y mucha de su letra, en cambio, permanecen y debieran persistir vigentes.

Esa ley fue derrotada en tribunales amañados, pero generó conciencia extendida acerca de cómo se manejan grandes grupos de la comunicación.

Es decir: los mismos que hoy dicen estar preocupados por las consecuencias pandémicas de una economía a cuya destrucción contribuyeron en modo inestimable.

Vaya nuestro saludo a tantos colegas, no importa el tamaño de los medios en que trabajan, capaces de seguir importunando, de dar batalla y de contribuir al honor de esta profesión.  

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/270856-cuestion-de-honor

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