La candidata Patricia Bullrich promete “el Estado más austero de que se tenga memoria”. Propósito de halcón para quien recortó el trece por ciento de jubilaciones y salarios de empleados públicos. Redoblemos la apuesta, clama Patricia. El jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, devenido paloma de rapiña, dispensa un rato de sobrevida a Aerolíneas… pero si hay déficit, talará ese gasto. Acuña una parábola de derecha caritativa: las madres del conurbano que compran leche subsidian a los viajeros en la línea de bandera. O, en un rapto clasista de primera “C”, embiste contra los familiares de personal de Aerolíneas que consiguen pasajes gratis. El periodista Jorge Lanata repite en Clarín, haciendo cover, el sermón laico de Larreta. Las empresas públicas arrojan déficit, duro con ellas. Basta de expoliar a los pibes del conurbano, se indigna el Multimedios. Carlos Melconian se ostenta como ministro para todas las facciones cambiemitas y promueve “reducción de la plantilla estatal”. El pensamiento neocon suele ser lineal, monocausalista, alto productor de slogans. Aerolíneas Argentinas no tendrá lugar en la distopía programática de Juntos por el Cambio (JxC).
La expresión “línea de bandera” es querible, simplificadora a su vez. En verdad, alude a un tipo de empresa aérea que –dentro de un Estado nación– tiene algunos privilegios y numerosas tareas. Ambos se vinculan al objetivo de atender a las necesidades de la comunidad nacional, de vertebrar el territorio, de promover regiones. De fomentar una sociedad comunicada, cimentando el federalismo, sin atender al móvil del lucro.
En el fondo, quienes nombran a la “bandera” no están desencaminados: la Argentina fue, debería seguir siendo, un Estado nación integrado, capaz de asegurar a sus habitantes educación, trabajo, igualdad de oportunidades y acceso a una cantidad creciente de bienes y servicios. Congregar una comunidad orgullosa, más o menos independiente, capaz de planificar de algún modo el porvenir de sus pobladores es una necesidad.
El Estado nación constituye una primera forma de asomarse a lo colectivo, un modo de superar la debilidad de cada cual y aun de hacerle una gambeta a la finitud de cada destino individual. El Estado nación le da un sentido colectivo a tu vida desde el nacimiento, aunque vos no te des cuenta.
Aerolíneas prestó un servicio público impagable durante la pandemia, en el traslado de equipamiento, de profesionales de la salud entre provincias, de vacunas cuando se consiguieron.
Los estados nación sobreviven, como pueden, gravita la geopolítica pero las fronteras definen el hogar compartido. El economista Julio Olivera escribió: “la provisión de los bienes públicos continúa siendo responsabilidad de los Estados nacionales individualmente considerados. Esta limitación de la economía global no constituye meramente un dato histórico. Aun en el plano de la teoría y de los conceptos abstractos, la existencia misma del Estado tiene por fundamento racional la provisión de bienes públicos. La noción moderna de bienes públicos comprende no solamente los bienes públicos materiales (los bienes que integran el ‘dominio público’) sino los bienes públicos inmateriales o intangibles, como la educación, la salud, la justicia y la seguridad”. Publicado años ha, no post pandemia, calza perfecto al fiasco del sistema internacional para articular acciones conjuntas, a la debilidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS), a la inexistencia de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
La nómina de los bienes públicos se amplía (tendría que ampliarse) según corren los años. Las jubilaciones extendidas y aceptadas existen en nuestro país desde hace menos de 80 años. Los programas de ingresos desde hace veinte. Son virtudes, progresos, expansión de derechos sociales. Se puede controvertir, claro, es un debate ideológico sobre modelos de sociedad.
El acceso al saber, al esparcimiento, a la educación no reglada, a momentos dichosos de ocio, constituyen derechos del siglo XX consagrados en la Constitución, si se la lee bien. La gente común y en particular los pibes tienen derecho al buen vivir, amén de a superar la línea de pobreza por ingresos.
Vamos a Tecnópolis, nos lleva el hilo del relato.
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Tecnópolis, libre, gratuita, masiva: A la entrada topamos con un dinosaurio gigantesco, lindo a su manera, inolvidable. Casi al lado, un avión de Aerolíneas que se puede visitar.
Hablamos de una inversión pública, “un gasto” para la Vulgata dominante que fue repudiada en su momento. Estigmatizada como “Negrópolis”, asfixiada en los presupuestos del expresidente Mauricio Macri.
No es rentable, se gasta guita. Como con el Teatro Colón, que cuenta con asignaciones presupuestarias colosales. No queda bien decir en el Agora que los porteños en situación de calle o los pibes desnutridos bancan a los melómanos concurrentes al Colón. Y es encomiable, caramba, bancar a las actividades culturales porque mejoran las vidas. Las consideraciones económicas (o economicistas) tales como que crean trabajo son interesantes siempre que no se las suponga primordiales.
Tecnópolis es recorrida por una muchedumbre incesante, este cronista estuvo allí anteayer. Familias enteras, a menudo monomarentales. Mamás y papás jóvenes, chicos con caritas de escuela primaria. Las instalaciones son bellas, monumentales, lucen bien conservadas. Bienes culturales de primera clase para las clases más humildes, las medias bajas, la media-media como mucho. La calidad es el mensaje, también. Los menos ricos tienen posibilidad de acceder a aquello de que gozan los que viajan en primera, se hospedan en hoteles cinco estrellas, son habitués de Disneylandia.
Tecnópolis es contemporánea de los festejos del Bicentenario, de la construcción del Centro Cultural Kirchner (CCK). Un punto elevado del primer mandato de la expresidenta Cristina Kirchner. Bienes públicos de calidad, para la ciudadanía que no pasa por el Colón por cien motivos que a veces exceden el costo de las entradas. Las barreras invisibles a menudo separan tanto como las físicas.
Cuando coincidieron el Bicentenario y Tecnópolis el periodista Martín Rodríguez registró al vuelo lo que pasaba. Escribió: “Bicentenario y Tecnópolis no exponen un Estado que construye más Estado, ni que amplía el campo de su batalla cultural, sino uno que amplía lo público en forma de ‘feria de la nación’ sobre dos entidades de fuerza histórica: el pasado y el futuro. El Estado construye… y cede. Llega hasta el límite en que la experiencia debe ser completada y apropiada por otros. No se trata de una neutralidad sino de un trabajo para la herencia, para la cesión de lo que debe ser asumido por otros. Es una oferta sin peajes simbólicos ni señas de credibilidad. Es un ‘acá estamos, esto también somos’ (…) Bicentenario y Tecnópolis crearon movimientos urbanos nuevos, desplazamientos familiares (…) un instante en la patria de la felicidad”. El texto tiene más de diez años, el cronista lo revivió anteayer, emocionado, gozando al ver la alegría masiva.
Libre y gratuito al mango, un consumo cultural de excelencia. No un “paseo para pobres” que provocaría remembranzas de Susanita, el estereotípico personaje de Quino: comedores para personas necesitadas puede ser… pero que no aspiren a manjares.
En 2011 la Unión Industrial Argentina (UIA) celebró el día de la Industria en Tecnópolis, un acontecimiento inolvidable y ya olvidado. Altri tempi. En 2015 el macrismo enragé proponía demoler el CCK, ahora se conforman con cambiarle el nombre, algo es algo. “René Favaloro”, proponen… Si gana JxC sería justicia poética que Larreta descubriera la respectiva placa. El codirigía el PAMI cuando se suicidó Favaloro.
Poco tiempo después un pedido de quiebra a la concesionaria española pudo llevarse puesta a Aerolíneas. Los sindicatos, el personal, la gente común reaccionaron participando, una sintomática y pionera acción colectiva contra el ajuste neoliberal. El fallecido Fernando de la Rúa presidía la Argentina, Domingo Cavallo era superministro de Economía, Bullrich de Trabajo. Cavallo propugnaba cerrar la empresa enseguida, los despedidos conseguirían laburo en poco tiempo. ¡En 2001!
Todo tiene que ver con todo, si hay memoria y archivos.
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De flor de ceibo a la densidad nacional: La UIA, colonizada por grandes empresas, quizá comprendió lo que sucedía en el remoto 2011. Le duró poco, ay. Retornó pronto la miopía de las corporaciones, la proverbial rapacidad. El conflicto entre Techint y la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) insinúa una ofensiva, las patronales se almuerzan el desayuno post electoral: ven-desean a alguien de PRO en la Casa Rosada.
Los debates de campaña hacen centro en la economía. Es lógico y factible que las preferencias ciudadanas también. De cualquier manera, sigue siendo imperioso trascender las fronteras económicas. Hay que exportar, claro, superar la restricción externa. También pensar en un proyecto de desarrollo o de país que comprenda y preserve derechos sociales, laborales tanto como los (en apariencia) extraeconómicos.
El maestro Aldo Ferrer acuñó la expresión “Vivir con lo nuestro” que, releída hoy, trasciende o supera a las prácticas del pasado. La industria “flor de ceibo” del primer peronismo, fructífera y denostada. La autarquía proteccionista, insuficiente hoy en día. Los programas cambiemitas contienen como clave “la viabilidad”, Raúl Dellatorre lo explica en su redondo panorama económico de ayer en Página/12. Peculiar país la Argentina: los gorilas son darwinistas en lo social y lo económico.
Ferrer adecuó la idea de vivir con lo nuestro al paso de los tiempos. En el siglo XXI, enseñó: “El desarrollo no se importa. Es, en primer lugar, un proceso de construcción dentro de cada espacio nacional, una responsabilidad que no puede delegarse en factores exógenos (…). Cada país tiene la globalización que se merece en virtud de una condición decisiva, su densidad nacional. Esta es determinante de la calidad de las respuestas a la globalización”.
La densidad nacional incluye a la democracia como pilar. Alude a virtudes subestimadas. La inteligencia de los argentinos, la capacidad de trabajo, la voluntad de educar a los hijos, formas de solidaridad enlazadas desde abajo, capacidad de protesta. El sistema educativo se expande en territorio nacional, hay escuelas en todo el territorio. Educación gratuita en todos los niveles. Atención médica para los que la requieran, por el solo hecho de habitar en el suelo argentino. Señalar las fallas de un extendido piso de derechos es tan necesario como conservar lo adquirido. Las demoliciones constituyen otro objetivo de la derecha. Confeso, para colmo.
El sufragio universal y obligatorio, consolidado con el voto femenino y el voto joven, son pilares y recursos a defender.
Nadie puede realizarse en una comunidad que no se realiza. El ideal del clásico proverbio peronista preserva su razón y su sentido. Es parte de lo que tendría que dirimirse en las elecciones tras años difíciles, en un contexto internacional espinoso. Con derechas desenmascaradas a las que solo puede “alabarse” por el desenfado con que exhiben su verdadero rostro.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/570434-aerolineas-tecnopolis-la-densidad-nacional