El ejercicio no es sencillo. El paso del tiempo y las modificaciones realizadas en su transcurso dificultan la tarea por demás, pero el recuerdo de dos personas que estuvieron allí, en esa vereda, en ese “jardín delantero”, en esa casa, 44 años atrás, así como les 16 fusilades y sus familias, que esperan todavía por una Justicia que repare en algo los daños, invita a hacer el esfuerzo. Entonces, hay que escuchar los recuerdos e imaginar un frente de parecita baja y ligustro en donde hoy hay pared, ventana, puerta, pared y portón de rejas cubierto con una lona; unos 20 metros de terreno libre, un pino alto hacia el final y un Ford Falcon estacionado bajo su copa en donde hoy hay dos casas construidas en chorizo; una casa con una ventana en arcada que culmina casi en el piso en donde hoy hay una puerta. Y el interior, donde el 24 de mayo de 1977 represores de la última dictadura dejaron el saldo de lo que hoy se conoce como la Masacre de Monte Grande.
La inspección ocular en el lote ubicado en Boulevard Buenos Aires (ex Uriburu) 1151 de Luis Guillón, partido bonaerense de Esteban Echeverría, es la más reciente medida que el Juzgado Federal 3, a cargo de Daniel Rafecas, tomó en el expediente que investiga la masacre. Es, según señaló el juez, el paso previo a avanzar en una resolución que impida realizar más modificaciones al lugar –que está ampliamente cambiado respecto del momento en que sucedió todo–, algo que va a concretar en los próximos días. Llegó luego de que la investigación retomara impulso hace algunas semanas, cuando se supo que quienes ocupan un sector del lote intentaron vender su parte.
Les familiares de las víctimas insisten en que se investigue y juzgue a los responsables de los hechos, que incluyen secuestros en El Vesubio, torturas, traslados y un enfrentamiento fraguado que el aparato de propaganda de la última dictadura usó para lavar su imagen en vísperas a la celebración del 25 de Mayo. “Pero además queremos que declaren el lugar sitio de memoria, para preservarlo como prueba, como recuerdo y para poder trabajarlo desde la memoria”, indicó Florencia Gemetro, hija de uno de los militantes cuyo cuerpo apareció en la casa.
El 23 de mayo del 77
El 23 de mayo de 1977, carceleros de El Vesubio llamaron a un grupo de hombres y mujeres que mantenían cautivos allí: Luis Gemetro, Luis Fabbri, Daniel Ciuffo y su esposa Catalina Ovied; Luis de Cristófaro, su esposa María Cristina Bernat y su cuñado Julián Bernat; Claudio Giombini, Elísabeth Käsemann, ciudadana alemana; Rodolfo Goldín, Mario Sgroy, Esteban Andreani, Miguel Harasymiw, Nelo Gasparini y otras dos mujeres que nunca fueron identificadas. En su mayoría eran militantes; los había del Partido Revolucionario del Pueblo, de la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), de la Juventud Universitaria Peronista.
Habían sido secuestrados entre febrero y mayo de ese mismo año; sus familias dejaron de tener noticias de elles hasta que en la edición vespertina de los principales diarios del país leyeron sus nombres en el listado de “abatidos” en un “enfrentamiento que se produjo al ser sorprendidos mientras realizaban una reunión” en una casa en Luis Guillón. La casa ubicada en Boulevard Buenos Aires (entonces Uriburu) 1151. La fuente de información de los diarios, el Primer Cuerpo del Ejército, al comando entonces de Guillermo Suárez Mason.
Pasaron muchos años hasta que supieron la otra parte de la historia: por testimonios de sobrevivientes, los familiares supieron que aquel 23 de mayo, las víctimas fueron llamadas, lavadas para disimular las heridas de las torturas, vestidas con ropas que no eran suyas, y engañadas. Les habían dicho que participarían de una conferencia de prensa donde “debían declararse culpables”, que después de eso, serían pasados a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. En lugar de eso, los llevaron a la casa donde fueron masacrados.
El operativo fraguado
“Nosotros estábamos haciendo el servicio militar. No éramos ni militares, ni soldados, éramos pibitos”, dijo Horacio Verstraeten, uno de los dos testigos que participaron de la inspección ocular el pasado jueves. El otro, también ex conscipto, fue Gabriel Fucks. Rafecas y personal de su juzgado, el abogado defensor Gerardo Ibañez, los abogados de la querella del CELS y las secretarías de Derechos Humanos nacional y bonaerense hicieron preguntas.
Ambos cumplían con el servicio militar obligatorio en el Regimiento de Infantería 3 de La Tablada la noche del 23 de mayo del 77. Verstraeten recién ingresaba; Fucks estaba pronto a conseguir la baja. Ambos integraban la Compañía A que esa noche estaba de guardia. Patrullaban las calles a bordo de camiones Unimog y sus recuerdos coinciden en que, cerca de la medianoche, algo raro pasó.
“Frenamos, nos golpeó la ventana el teniente (Humberto) Cubas y nos dice ‘agárrense fuerte que vamos a ir más rápido”, recordó Verstraeten al inicio de la inspección ocular, en la vereda del lote donde sucedió la masacre. Cuando el recorrido se detuvo, Fucks escuchó que el teniente primero Ricardo Bravo les decía “prepárense porque van a entrar en combate”, que entonces retomaron ritmo “a toda velocidad”, y que “al rato llegamos acá”. Cubas y Bravo fueron los dos ex militares procesados por Rafecas años atrás y desprocesados al poco tiempo por la Cámara Federal, que les dictó la falta de mérito. Bravo está en libertad, sin vínculos “probados” por el momento con delitos de lesa humanidad. Cubas, también en libertad, es uno de los ocho acusados en el tercer tramo de juicio oral por los crímenes de El Vesubio, en actual transcurso.
En la memoria de Fucks, “el lugar era más grande”. En la de ambos, el frente tenía una pared baja y un ligustro que la continuaba hacia arriba. y no había más edificación desde allí hasta la casa. En esos aproximados 20 metros de terreno libre en donde se veía un pino y un Falcon estacionado, cerca de la casa, hoy hay dos edificaciones: una casa y dos locales al frente.
“Cuando llegamos empezamos a rodar por el piso y nos parapetamos acá boca abajo”, describió Verstraeten, señalando el frente del lote. Detalló que era “oscuro, de noche cerrada”, así que no veían nada para adentro del terreno. Fucks recordaba que cuando llegaron “había un patrullero, los camiones Unimog y gente de civil”, y que les “ordenaron” que se tiraran ahí en el piso.
“Cuando llegamos ya había gente de civil y armada acá. No me acuerdo si había tiros, si ya se estaban tirando. Nosotros cumplíamos órdenes y las órdenes las daba Bravo”, dijo Verstraeten. Continuó: “El que da la orden de fuego es Bravo. Tirábamos al fondo de la casa. Nos habían dado fusiles nuevos Fal”. Fucks no llegó a distinguir quién dijo que comenzaran a disparar, pero recuerda que oyó la orden y gatilló.
“Todos tirábamos sin saber a qué ni a quién”, dijo. Fue consultado sobre si escucharon disparos desde la casa. “No recuerdo el miedo de tener balas rozándome”, respondió. Los ex conscriptos coincidieron también en que el episodio del tiroteo fue corto. Rafecas consultó a los testigos si en algún momento vieron o escucharon voces desde adentro de la casa. “¿Gritos, alaridos?” Fucks no oyó ni vio nada. Verstraeten vio “una luz, como de un fogonazo”, el Ford Falcon y una persona parada al lado a la que la balacera “le dio con todo”.
Tras los disparos, Bravo les ordenó que ingresaran al predio. Caminaron unos diez metros. Un grupo, entre los que estaba Fucks, se quedó allí. Otro grupo, entre los que estaba Verstraeten, avanzó hasta la casa. Al llegar al Falcon, descubrió que había una víctima más allí. Continuó hasta el frente de la casa, caminó pegado a la pared y agachado, llegó hasta una ventana amplia y baja. Esa ventana ya no existe, pero sí todavía se preserva una igual en la pared del costado de la casa. Por aquella del frente ingresó el ex conscripto a la casa, detrás de Bravo.
— Estaba todo oscuro y en eso se escucha un tiro de salva, como si alguien estuviera festejando que se cumplió con el objetivo. Se escuchó ese tiro que hizo un fogonazo. Con la luz vi dos cuerpos tirados en el piso. Y se ve que el tiro le pegó a alguien porque me salpicó la cara y el cuello de sangre. Casi me descompongo, tuve que salir– relató.
En eso escuchó “pedidos de auxilio de dos mujeres que provenían del fondo de la casa. ‘Sáquennos de aquí, ayuda’ decían. Veo pasar a la carrera a los de civil para el fondo y escuché detonaciones de Fal. Y ya no escuché más nada”. No hubo mucho más. Tras el tiro de festejo “Bravo nos sacó de ahí, subimos al unimog y volvimos al cuartel”, apuntó. Fucks coincidió.
El 24 de mayo de 77
Aquella mañana, el Ejército de Suárez Mason informó en un comunicado el operativo fraguado, con el nombre de 14 de las 16 víctimas halladas en la casa, la versión de los hechos que publicaron los diarios. “Lo comunicaron como una noticia para desplegar su brazo publicitario en las vísperas de una fecha patria, buscando legitimidad. Por eso es importante que avance la investigación y se establezca que ahí se ejerció este modo particular de represión de la dictadura, de secuestrar, asesinar y fraguar esas muertes como producidas en enfrentamientos”, señaló Gemetro, que tenía un año y medio cuando su papá fue secuestrado.
Los cuerpos los recogieron los Bomberos de Esteban Echeverría. Durante el primer juicio por los crímenes del Vesubio, el bombero Daniel Casinelli describió lo que vio aquella mañana: la disposición de los 16 cuerpos –distribuidos en diferentes habitaciones; otros, como el de Elisabeth Kasemann, en el fondo–, sin relojes ni anillos, golpeados, muchos con orificios de bala por delante y por detrás. Casinelli ya falleció.
La querella de los familiares de las víctimas espera que la investigación avance. Por el momento, el Juzgado concretó averiguaciones para dar con los propietarios de esa casa al momento de los hechos. Pablo LLonto, abogado de la querella, indicó que “la pieza de esta casa de Monte Grande es necesaria porque permite establecer el vínculo que había entre el Regimiento 3 de La Tablada y Vesubio: tuvo que haber un vínculo entre la inteligencia del Regimiento, la inteligencia del centro clandestino, el brazo operativo de la dictadura y el del regimiento”, señaló.
Se está esperando que, además, se dicte una medida de no innovar en el predio, para preservar lo que queda y que no siga siendo modificado. “Lo que queremos, además, es que se establezca ese sitio como sitio de memoria — indicó Gemetro–. Para preservarlo y para seguir escribiendo la memoria de los hechos como fueron.”
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/343641-a-44-anos-de-la-masacre-de-monte-grande-una-inspeccion-ocula
A 44 años de la Masacre de Monte Grande: una inspección ocular para preservar la memoria