José Luis Lovey cree que se abrió una puerta en la pared que mantenía sellada en la intimidad de su familia, cuando la vicepresidenta Cristina Fernández dijo en público que, además de ex combatiente de la guerra de Malvinas, su papá era uno de los 30 mil detenides desaparecides de la última dictadura. Luego, hubo otro hecho que encendió una luz: una gota de su sangre podría servir para identificar a Mauro Lovey si sus restos fueran los de una de las 600 personas desaparecidas no identificadas que resguarda el Equipo Argentino de Antropología Forense. “No tenía idea de que fuera posible esta clase de búsqueda. Ojalá todos los que hayan sufrido como nosotros durante el terrorismo de Estado se enteren de que existe una chance de encontrarlos aún después de tantos años”, contó a Página/12, días después de concretar su aporte al banco de muestras genéticas.
La historia de José Luis comenzó a “girar” por portales web y redes sociales tras un nuevo aniversario de la Guerra de Malvinas. Fue uno de los 17 trabajadores legislativos homenajeados por la vicepresidenta, en su calidad de ex combatiente. Cuando lo nombró frente al micrófono, José Luis quedó un poco en shock ya que el dato de su papá desaparecido “fue siempre una especie de secreto” para él. “Hoy le agradezco que lo haya contado. Sacar esa parte de mi historia afuera fue como quitarme un peso de encima”, reconoció.
Víctor Díaz es director del área de Investigación y Memoria de la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires y el último 2 de abril vio un pedacito del homenaje parlamentario a ex combatientes por televisión. “Escuché a Cristina contar la historia de José Luis, decir que su papá era trabajador de un frigorífico en Avellaneda y automáticamente pensé ‘de esa familia no tenemos muestra’”, reconstruyó en diálogo con este diario.
Díaz es uno de los sostenes, en territorio bonaerense, de la campaña de identificación de personas desaparecidas del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) que en la actualidad se llama “Tenés una historia/ tenés un derecho”, y que durante muchos años se llamó “Iniciativa Latinoamericana de Identificación de Personas Desaparecidas”. A través de ella, el EAAF convoca a familiares de víctimas de desaparición forzada entre 1974 y 1983 con el objetivo de que aporten una muestra de sangre para determinar si genéticamente corresponden al mismo grupo familiar que alguno de los restos de las 600 personas que resguarda la institución y que aún no han podido identificar.
Cuando confirmó que no había registros de que la familia Lovey hubiera aportado una muestra genética, Díaz se puso en campaña, consiguió su teléfono y llamó a José Luis: “Le conté de la posibilidad de aportar sangre, le conté del Equipo, le conté de la búsqueda de desaparecidos y del rescate de restos que podrían ser de alguno de los 30 mil, y le dije que sabía que esos días iban a ser un tanto alocados, pero que acá estábamos esperándolo para que, cuando quisiera, venga y aporte su sangre”.
“Nosotros no sabíamos que eso podía ser posible”, aseguró José Luis, que es uno de los 14 hijos de Mauro Lovey, desaparecido el 30 de junio de 1976. La familia vivía en Berazategui, adonde se había establecido a comienzos de los 70. Venían desde Tartagal, Santa Fe, donde Mauro era hachador golondrina. En Buenos Aires, Mauro consiguió trabajo en el Frigorífico La Estrella, en Avellaneda. “Se iba bien temprano y volvía después de las seis de la tarde”, reconstruyó el hijo menor. Aquel día de invierno salió más tarde, poco antes de las 10 de la mañana, rumbo a una clínica donde la empresa que lo empleaba, a cargo de la firma Barucca Hermanos, ofrecía asistencia médica. “Tenía mal un dedo”, apuntó José Luis. No lo vieron más. Tenía 55 años.
Sus hijas mayores, Herminia y Ester, que apenas pasaban la veintena de años, se encargaron de la búsqueda. Averiguaron que aquella mañana Mauro no había llegado ni al frigorífico ni a la clínica. “Recorrieron hospitales, cementerios, en ningún lugar hallaron información pero sí ciertos mensajes de que no buscaran, que no les convenía. Y se asustaron”, recordó José Luis, que entonces tenía 13. Según figura en el legajo de Lovey de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, la familia también presentó un hábeas corpus ante la Secretaría 4 del Juzgado Federal 2 de La Plata, en junio de 1977.
Por lo que la familia supo, Mauro no militaba en ninguna agrupación política ni tenía actividad gremial, pero José Luis lo recuerda como “peronista y bocón. No se callaba nunca”. La certeza que quedó atravesada en la historia de la familia es que a Mauro lo bajaron de un colectivo “en uno de esos retenes que solían hacer los militares, que andaban siempre cazando personas”. Y no lo hablaron más con nadie.
Para la familia Lovey, la revelación de CFK “reactivó la memoria”, reveló José Luis. Entonces, la información que le acercaron desde la Subsecretaría de Derechos Humanos bonaerense sobre la campaña del EAAF y la invitación a dejar una muestra de su sangre significó “la apertura de aquello que teníamos guardado”, así como también un descubrimiento: “Reconocimos la necesidad que teníamos de cerrar la herida, porque esto nos dolió siempre a todos”, apuntó el hombre, que al cabo de algunos días se comunicó con Víctor Díaz. “Fuimos a tomar un café, charlamos de todo”, coincidió el funcionario y militante por memoria, verdad y justicia.
A los pocos días, José Luis y sus hermanos Juan Carlos y Ester fueron al hospital Evita Pueblo, de Berazategui, donde les sacaron sangre –el mismo día el municipio homenajeó a José Luis en su calidad de ex combatiente–. Para él y sus hermanes, “la muestra de sangre es como darle una posibilidad a la verdad, de poder terminar con la incertidumbre sobre qué le pasó a papá”.
Búsqueda cuerpo a cuerpo
“Ojalá”, deseó José Luis cuando supo que el EAAF resguarda los restos de unas 600 personas, exhumados, en su mayoría, de cementerios y fosas clandestinas en donde genocidas de la última dictadura intentaron desaparecer a sus víctimas. De los más de 1400 cuerpos recuperados desde que la organización no gubernamental comenzó a trabajar –1984–, sus trabajadores lograron identificar 825 personas hasta marzo pasado.
Buenos Aires se sumó a la campaña de identificación de personas en 2007 y hasta 2015 “en la provincia se tomaron unas 2100 muestras, más del 50 por ciento de lo que se había tomado en el país”, según registró Díaz. El accionar perdió vigor durante el gobierno de María Eugenia Vidal, aunque nunca dejó de funcionar. En octubre pasado, a raíz de una consulta de una persona que quería aportar una muestra en Zárate, nació un nuevo impulso ya que el Ministerio de Salud provincial “puso a disposición los 70 hospitales del territorio para que todos receptaran muestras para el banco de sangre de familiares”, explicó Díaz.
A diario, Díaz y su área se encargan de “entrecruzar datos, precisar de qué casos de desaparecides registrados en la provincia hay muestras y de cuáles aún no, e ir a buscarlos”, precisó el director. El trabajo de búsqueda “se complementa con la contención y el acompañamiento a la gente que se acerca por motu proprio. Hacemos un trabajo cuerpo a cuerpo porque queremos que nuestros desaparecidos puedan ser identificados, pero también que sus familiares entiendan que sus historias no son una en medio de la nada, sino que se unen como eslabón de una cadena que es importante reconstruir para todos. La verdad solo trae verdad”, completó Díaz.
El deseo es compartido por José Luis, que “de a poco” va comprendiendo “la importancia de esta posibilidad: “Ojalá esto lo pueda saber cada persona que tiene un familiar desaparecido”, apuntó.
* Si tenés un familiar desaparecido entre 1974 y 1983 y aún no lo hiciste, podés aportar tu muestra de sangre. Para más información, podés comunicarte al 0800 345 3236, escribir al mail [email protected], contactarte por redes sociales a @EAAFoficial o vía la página web www.eaaf.org.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/432212-una-gota-de-sangre-y-la-esperanza-de-cerrar-una-herida-de-46