Es evidente que el mundo cambió. No solo porque estamos confinados 24 horas en nuestros hogares, intentando enlentecer el contagio del virus para que no colapsen los sistemas sanitarios. También porque la globalización, tal como la conocíamos a principios de año, sufrió un revés de dimensiones. La paradoja: es la China gobernada por el Partido Comunista quien que se muestra “globalista”, con asistencia sanitaria a todos los continentes. Y EE.UU., el otrora paladín del multilateralismo, tira desconcertados puños al aire, como quien ya combate consigo mismo.
Trump no sólo se encerró fronteras adentro. Culpó de la situación a la OMS, a China, a los inmigrantes, a los gobernadores de su país, al tándem Biden-Obama, a Bill Gates, y un larguísimo etcétera. Confiscó respiradores de países ajenos, pillaje mediante, y contó 22 millones de estadounidenses que, en apenas un mes, pidieron el seguro de desempleo. El pataleo contra otros parece ser también la búsqueda de reorientar la discusión pública y que no se centre en los miles de muertos diarios en EE.UU. Fue el Jefe de Estado de la todavía principal potencia mundial el que dijo, meses atrás, que el virus se iría con el calor de abril. Abril llegó, se instaló, pero el virus no solo se quedó: se expandió como en ningún otro lugar del planeta. Las imágenes de las fosas comunes en Hart Island, New York, significan un cambio respecto al 11 de septiembre de 2001: la potencia declinante muestra sus víctimas, se exhibe vulnerable por primera vez.
Juzgado inicialmente por la propagación del virus y el hermetismo informativo, Beijing pasó velozmente a la fase de soft power. Según informó Zhao Lijian, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China, el gobierno de Xi Jinping envió insumos a 127 países. De acuerdo a la aduana de ese país, entre marzo y abril China exportó: casi 4 mil millones de barbijos/mascarillas, más de 35 millones de equipos de protección, 2 millones y medio de termómetros, 3 millones de kits de testeo, y 8 millones y medio de gafas protectoras. Además, la cancillería china confirmó la movilización de 13 equipos médicos a 11 naciones y la realización de 70 videoconferencias con expertos de más de 150 países hasta el 10 de abril pasado. Es decir: una acción a gran escala, coordinada y sostenida, que además incluye un financiamiento extra a la OMS -20 millones de dólares- mientras Trump suspende el aporte estadounidense.
Es pronto aventurar como será el mundo del futuro. Incluso el post pandemia: la gran incógnita hoy es cuándo y cómo terminará este confinamiento global, inédito en la historia de la humanidad. No solo no sabemos lo que sucederá de acá a cinco años: la incertidumbre es tal que no sabemos lo que va a pasar en una semana. Lo cierto es que las dos principales potencias del planeta han elegido, hasta el momento, dos estrategias diferentes en torno a la gestión de crisis de la covid-19. Fronteras adentro y con una estrategia discursiva defensiva, EE.UU, y fronteras afuera y con soft power para aminorar los señalamientos del inicio del virus, la República Popular China. Es indudable que ambas estrategias tendrán repercusiones en el plano internacional. Un ejemplo: la Unión Europea, aliada estratégica de los EstadosUnidos durante las últimas décadas, se distancia de Trump y su errática conducta en torno a la OMS. Es decir: el tablero se mueve, con rapidez. ¿Consolidará China su posición de “global player” a partir de su gestión de crisis de la covid-19? Todo parece indicar que sí, que reforzará su rol de jugador global: ahí están las cifras, elocuentes, de asistencia sanitaria. ¿Qué tendrá para ofrecerle EE.UU. al mundo multilateral que intentó moldear y hoy está en jaque, además de reproches varios? Es la pregunta que queda en la mesa, en medio de la crisis económica, política y sanitaria más importante a escala mundial de la que tengamos registro en períodos sin guerras.
Juan Manuel Karg es politólogo de la UBA y analista Internacional.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/261430-china-y-estados-unidos-coronavirus-y-geopolitica